Predicadores cuestionados
La serie de Netflix resultó muy atractiva para sus suscriptores, y a la vez originó objeciones por parte de la ACIERA, la asociación de iglesias evangélicas, que alega que el pastor evangélico con ambiciones de poder y de dinero que compone Diego Peretti, empaña la imagen de sus afiliados quienes, según dicen, nada tienen en común con ese siniestro personaje.
El mundo de los predicadores evangelistas ya había sido reflejado en 1960 con una imagen algo desfavorable, por no decir absolutamente siniestra. en la película
de Richard Brooks. El personaje central (Burt Lancaster) era un viajante de comercio con facilidad de palabra y conocimientos básicos de la Biblia, que conoce accidentalmente a una predicadora (Jean Simmons), que viaja por pueblos para difundir “la palabra de Diós” en shows montados en carpas de circo con banda de música incluida y discursos previamente estudiados en todos los detalles, incluyendo los ademanes, las pausas y las respuestas a posibles preguntas (al estilo de los políticos), con una vestimenta calculada desde el sombrero hasta los zapatos, y sin olvidar un ejemplar de la Biblia al dirigirse al público. Al ingresar en su círculo íntimo, el viajante se convierte en un falso pastor que seduce a su auditorio, pero cae en desgracia cuando a través de una fotografía se descubre su relación con una prostituta. Paralelamente la suerte de la predicadora va en declive cuando decide abandonar su road show en carpas y trata de afianzarse en una sede estable que, como un castigo de Dios, finalmente se incendia y metafóricamente se convierte en un infierno. Los actores de la película cumplían sus papeles a la perfección. Dos de ellos fueron premiados con el Oscar: Burt Lancaster, el protagonista y Shirley Jones como actriz secundaria en su papel de la prostituta. Asimismo, hubo un Oscar para el guión, adaptado de una novela de Sinclair Lewis.
Para resumir el mensaje de la película los títulos iniciales advertían: “Creemos que todos tienen el derecho de elegir su religión de acuerdo a su conciencia, pero la libertad de religión no es una licencia para abusar de la fe de la gente”.
Cuando se estrenó
en la Argentina no afectó los intereses de nadie. La difusión del evangeliario, al margen de las iglesias reconocidas, se limitaba a algunos personajes excéntricos que con un megáfono predicaban en Plaza Miserere y reunían a su alrededor no más de veinte personas. En cambio en la actualidad, los predicadores, que están establecidos en grandes cines como el Atlas, Iguazú, Roca, Loria y Cuyo y ocupan la trasnoche de la televisión, observan a la serie con recelo y temen que su difusión origine cierta desconfianza en su clientela.