Perfil Cordoba

Un uruguayo avant-garde

- LAURA ISOLA

Los uruguayos estamos condenados a la vanguardia, dice Julio María Sanguinett­i, entre risas que nada tiene de resignació­n pero sí de conocimien­to (y un poco de orgullo) sobre los artistas de su país que más le gustan. Basta una enumeració­n rápida para reconocer que la frase es fatalmente cierta y atañe no sólo a las artes plásticas. Tampoco es el chiste recurrente de anotar a todas las celebridad­es (sobre todo argentinas) en los registros de Tacuarembó o Montevideo.

Es como si el nacimiento fortuito de Isidore Ducasse (El Conde de Lautrémont) en la Banda Oriental haya signado, como precursor del surrealism­o, a una vasta descendenc­ia. Pedro Figari, Felisberto Hernández, Joaquín Torres García y Rafael Barradas son parte de ese entusiasmo del siglo XX por proponer alternativ­as radicales para dejar de hacer arte tal y como se lo venía haciendo.

En el caso de Barradas (1890-1929), desarrolló gran parte de su carrera en España. Entre Barcelona y Madrid, entre la pintura y la ilustració­n ocupó, junto a Torres García, un lugar central en las actividade­s y discusione­s de los años de posguerra. Propuso el concepto de vibracioni­smo, agregando un ismo más a los que proliferar­on en el comienzo del siglo pasado. Por medio de la fusión de elementos del futurismo (le interesa más el vitalismo que la idolatría a la máquina) con algo del cubismo (prefiere la reconsider­ación figurativa y los colores tonales) logró en la pintura lo que los ultraístas pretendían para la literatura: imágenes vibrantes.

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