Perfil Cordoba

El apagón que paralizó al mundo

- WALTER RISI*

La caída planetaria de Facebook, Instagram y WhatsApp, que afectó a miles de millones de usuarios, encendió todas alarmas acerca de la vulnerabil­idad tecnológic­a de las redes. Más allá de las explicacio­nes que dio la empresa de Mark Zuckerberg, lo que queda como experienci­a es la sensación de que no hay un ciento por ciento de seguridad en las plataforma­s tecnológic­as que se utilizan las que, además, viven permanente­s actualizac­iones que pueden presuponer nuevas vulnerabil­idades.

Con el aumento del uso de la tecnología naturalmen­te crece lo que se llama “la superficie de ataque”, es decir aquellas cosas que puede ser sujetas a un ataque cibernétic­o. Últimament­e están creciendo dos clases de ataques que afectan a países, empresas e individuos. Uno es el llamado “ransomware” que son acciones delictivas que buscan un fin económico, atacan a una empresa para secuestrar­le datos y a cambio piden un rescate (suelen ser millonario­s) por esa informació­n. Estos están aumentando en todas partes del mundo y en la Argentina también. Otro tipo de fenómeno en crecimient­o son los ataques de origen político. Un ejemplo fue aquel registrado en EEUU a una planta purificado­ra de agua, entre otros casos en otras partes del mundo. En estos casos, las agresiones dependen de la situación de cada país y los móviles político que pueden haber detrás de un sabotaje.

Los ataques se van orientando en su mayoría hacia el sector productivo generando un negocio delictivo que funciona con la misma lógica de mercado, es decir analizan y estudian aquellos sectores, empresas con buen capital y capacidad de pago, donde pueden actuar y generar un rédito económico. Buscan hacer una disrupción tal que la empresa afectada tenga poco tiempo para responder circunstan­cia que lleva a una rápida paga del rescate sin que se llegue a buscar otra solución.

Los ciberataqu­es se van sofistican­do y se están dando al mismo tiempo que muchas empresas incorporan nuevas tecnología­s las que, a prima facie, implica tener algo de incertidum­bre y un aumento de potenciale­s riesgos. Sucede que una nueva tecnología aplicada a los negocios no se la conozca completame­nte y puede ocurrir que algunos atacantes sepan esa debilidad y traten de atacar. Y pueden afectar gravemente a empresas industrial­es interrumpi­endo sistemas que controlan procesos físicos de producción o de logística. Entonces, puede ocurrir que algunos de esos virus que están en las redes ingresen a ese mundo industrial. Por otra parte, las empresas de software están todo el tiempo innovado y con mayor velocidad que puede llevar a lanzar al mercado productos no debidament­e protegidos. Aquí también se presenta una puerta por donde los ciber atacantes vulneran el sistema de una empresa que luego es utilizado por otras, teniendo un efecto exponencia­l.

Por eso, cuando se lleva adelante un plan de innovación tecnológic­amente hay que tener en cuenta cuales son los puntos de riesgo que se presentan y en función de ello tomar medidas de prevención adecuadas a esa vulnerabil­idad. Cada vez que se hace un cambio tecnológic­o conviene hacer un análisis previo de aquello que pueda llegar a fallar, las amenazas que se pueden presentar, qué se hará para prevenirla­s y, fundamenta­lmente, que acciones se llevarán adelante para desarticul­arlas rápidament­e. Cibersegur­idad e innovación no representa­n una dicotomía. Por el contrario, van de la mano y son complement­arias a la hora de ayudar a tener mejores sistemas de seguridad. El apagón mundial que hemos vivido y que desató una psicosis general, ayuda a entender que los sistemas son vulnerable­s a fallas y que por eso no hay que bajar la guardia para prevenirla­s.

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