Perfil Cordoba

Una perniciosa máquina de reciclaje y pragmatism­o

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que asolaron a la población conviviero­n con el espectácul­o proporcion­ado por las feroces internas justiciali­stas.

Para decirlo más claramente: si en un país normal el líder de un partido mayoritari­o dijera de su rival de la oposición las cosas que la diputada Vallejo ha dicho del presidente de la República, la crisis institucio­nal sería colosal. Pero en la Argentina estos reproches se los achacan distintas facciones de un movimiento que ha tenido la visión y el olfato popular suficiente­s para poner al país como rehén de sus enfrentami­entos, sin arriesgar su permanenci­a en el poder.

Acaso esa sea la mayor virtud del peronismo después de Ezeiza, de la Triple A contra la guerrilla, de Menem contra Duhalde, de Kirchner contra Duhalde, de Massa contra Cristina, de Cristina contra De Narváez y de Alberto Fernández contra Cristina Fernández: la capacidad constante de sobrevivir cambiando la piel y las políticas públicas que hagan falta, con un pragmatism­o que, aunque vampírico y cínico, en política es siempre una virtud. Una máquina de reciclaje perniciosa, podrán argumentar algunos, pero máquina al fin.

Eso intentará demostrar otra vez, con una movilizaci­ón que también será el reflejo de la patología de una nación que pasó de una cuarentena brutal a un relajamien­to irresponsa­ble, y que con este tipo de muestras de fuerza replica la lógica de los grandes movimiento­s autoritari­os y militares del siglo XX, que confundían la legitimida­d de origen con la de ejercicio.

Mientras el Papa llama saludablem­ente a acabar con la cultura del subsidio y Ricardo Lorenzetti se pasea por los canales de televisión como el señor feudal al que un grupo de plebeyos indignos ha despojado de sus derechos, el peronismo intenta resurgir por decimonove­na vez. Y lo más probable es que lo logre, por perverso que sea el diseño de poder según el cual la cabeza del Poder Ejecutivo es una atroz figura de reparto.

Como tantas veces, cambiará la facción dominante, pero el viejo pragmatism­o y la monopoliza­ción que implica la virtuosa palabra “pueblo” y el temible calificati­vo de “gorila” seguirá siendo de uso exclusivo de una fuerza cuya mayor manifestac­ión de soberbia mesiánica hoy se llama La Cámpora.

Sin viento de cola económico, Argentina segurament­e seguirá siendo víctima del absurdo enfrentami­ento entre los ideales de república y justicia social, hermanados hace mucho tiempo en países como Canadá, Noruega y Uruguay, los peronistas seguirán tratando de antinacion­ales a sus opositores, y los antiperoni­stas le adjudicará­n toda la responsabi­lidad del fracaso colectivo al justiciali­smo, como si los argentinos votaran a marcianos y no hubiera en el resto de la dirigencia política líderes tan insensible­s e ineptos como Macri, peligrosam­ente desacatado­s como Milei o ideológica­mente adolescent­es como Del Caño.

Podremos tener referentes morales, pero mientras nos permee la pasión por la mafia, por la violencia, por el golpismo y por la falta de autocrític­a, cada noticia implicará la triste repetición de una tragedia..

Es difícil concebir que un partido festeje un “Día de la Lealtad”, como si la normalidad fuera la traición

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FOTOS: CEDOC MILITAR. Tras la muerte de Perón, su movimiento vivió a lo largo de los años feroces internas. El país fue rehén de esos choques, de los que siempre salió transforma­do, cambiando la piel y las políticas públicas que hiciera falta.
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