El cyberpunk en el cine
Si cuando pensamos en literatura cyberpunk el primer nombre que se nos viene a la mente es William Gibson, cuando hablamos de cine cyberpunk ese lugar también debería ocuparlo –aunque a priori suene contradictorio– un escritor: Philip K. Dick. (1982), película que impuso la estética y varias de las temáticas recurrentes del subgénero, está basada en la novela
(1968) de Dick. (1990), una de las dos obras maestras cyberpunk del director Paul Verhoven –la otra se titula (1990)–, toma su inspiración del cuento
escrito por Philip Dick en 1966. La película (2002) es el primer acercamiento de Spielberg al neo-noir, y está basada en un relato de Dick llamado
(1956).
Los universos ficcionales de estos films –y los de casi todo el cine cyberpunk– transcurren en el contexto del capitalismo tardío, entre vigilancia y control estatal excesivos, megacorporaciones poderosas, tecnología invasiva y prótesis digitales, ciudades superpobladas donde predomina la estética de luces de neón y el barroco digital, androides, cyborgs y poshumanos. Estos relatos de ciencia ficción noir oscilan entre la crítica al sistema y la sumisión al realismo capitalista: si alguna vez las películas distópicas supieron imaginar alternativas, el cyberpunk dejó de lado ese optimismo para aceptar lo que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia”. Los protagonistas –antihéroes paranoicos con conflictos de identidad– simplemente aceptan este mundo y no intentan cambiarlo, sólo (sobre)vivir en su entorno.
Pero también existe cine cyberpunk de alto nivel más allá de la influencia de Philip Dick. Podemos encontrar grandes películas de estilo hollywoodense como
(1999), (1995),
(2017), (2012), o genialidades del cine clase B y de explotación como (1990),
(1993), o el cyberpunk al estilo body horror de Tetsuo: (1989), una joya demencial y de culto filmada en 16 mm blanco y negro.
Quizá la animación japonesa sea la que mejor provecho las virtudes del cyberpunk, dejando largometrajes memorables como (1988),
(1995) –las películas más emblemáticas del subgénero después de
(2001) o (2017), y series de alto vuelo como (2012),
(2006), o (1998). En cuanto a nuestro país, hubo al menos dos intentos –fallidos ambos– de acercamiento desde lo audiovisual a la estética y los temas del cyberpunk: la película (2015), con una atmósfera claramente inspirada en y (1995), adaptación al formato televisivo del comic de los argentinos Trillo y Meglia, una serie arriesgada para los estándares de la televisión argentina de los 90, con una estética estilo comic que mezcla fantasía retrofuturista con retazos cyberpunk como la ingeniería genética, los clones y las ciudades alucinadas. Fue cancelada luego de 8 episodios y plagiada descaradamente por James Cameron en la serie (2000). la historia parte de una ucronía: el autor imagina un mundo donde los rusos ganaron la Guerra Fría y se trasladaron al espacio, desde donde controlan todo. Una diégesis en la que son los ciudadanos de Miami, no los cubanos, los que cruzan el Estrecho de Florida, a pesar de que La Habana sigue siendo una ciudad fuertemente distópica que, luego de un ciclón, quedó dividida en dos partes: hacía el norte, los barrios autónomos donde FULHA —el aparato represivo del gobierno— “sólo intervenía para asuntos de Estado”; y hacia el sur, “la verdadera Habana autónoma, regida por las leyes del código urbano”, explica el narrador; aunque una buena parte de la intriga —de acción trepidante, por cierto, muy al estilo del pulp— no transcurre sólo en esos escenarios, sino también en la Red Global: un ciberespacio donde conviven hackers, inteligencias artificiales y entidades
que, como dice en algún momento una IA, nacieron “espontáneamente en la Red por la fe y los rezos de un montón de hackers que creían en milagros africanos”.
La novela, que nunca se publicó en Cuba por motivos políticos, da cuenta de que el movimiento cyberpunk, no sólo no murió, como sugería Pablo Capanna en
(2007), sino que está más vivo que nunca, e incluso tal vez sea el subgénero más propicio para explorar una realidad latinoamericana que ya no sólo es mágica, como decía otro escritor cubano, Alejo Carpentier, y ya no sólo es pobre: desde hace un tiempo se trata —en palabras de Mota— de una miseria con algún desarrollo, o sea: somos pobres, pero ahora tenemos celulares o iPods, y un confortante ciberespacio en el cual alienarnos, y hasta espectacularizar nuestra alienación.