“Hoy evito ir a los programas donde hay panelistas”
El intérprete asume la dirección de un texto de Ingmar Bergman, que se conoció primero en el cine. El mundo del teatro visto por dentro, con la ferocidad del cineasta y clásico dramaturgo sueco.
Su rostro se lo asocia con importantes interpretaciones, tanto en el teatro, el cine como en la televisión. Menos conocida es su trayectoria como director. Es Daniel Fanego quien luego de algunas puestas se acerca a un clásico, Ingmar Bergman. Desde el 8 se puede ver su dirección de Después del ensayo, con Osmar Núñez, Vanesa González y Silvina Sabater, en su elenco. Las funciones serán los domingos a las 16 en el teatro El Picadero (Pje. Enrique Santos Discépolo 1857). Dice Fanego: “Me había impactado la película de 1984 con Erland Josephson, Lena Olin e Ingrid Thulin, porque es absolutamente una situación teatral. La imagen te permite primeros planos, que no se dan en el escenario. Después con el tiempo me puse a averiguar, busco y encuentro que también fue una obra de teatro. Compramos los derechos con Sebastián Blutrach y la hacemos traducir. Dimos muchas y no fue posible llevarla adelante. Quedó en carpeta, pasó el tiempo y el actor a quien había convocado hizo que volviéramos”.
—Según Ingmar Bergman los tres elementos fundamentales del teatro son la palabra, el actor y el público: ¿coincidís?
—Absolutamente y también coincido, con lo que dice que uno termina a toda la parafernalia que puede ofrecer un escenario, en cuanto a luces y a escenografía. Aquí aparece en el personaje Vogler, álter ego de Bergman quien dirige una obra que se llama El sueño de Strindberg. Empezamos a percibirque el material tiene una cierta extrañeza y nos paramos un poquito sobre eso, despeinamos mucho la pieza de todo lo que es la explicación. Tratamos de ir al hueso que es la relación de estos tres personajes. Un gran esfuerzo para los actores. Sí respetamos este concepto, el teatro ocurre cuando está la palabra del intérprete y el público.
—¿En qué momento se corre el actor y aparece el director?
—El actor me da de comer. Dirigir de alguna manera, es asumir más un cúmulo de
ideas propias.
—Los papeles protagónicos: ¿son una obsesión para los actores?
—Este protagonista se presenta a sí mismo como una suerte de cirujano, y Raquel, dice que el teatro es transpiración y sociedad. Aparecen dos
“Dirigir es de alguna manera, el
acto de asumir más un cúmulo de ideas propias.”
personas con muchísima experiencia teatral, ella fue una gran actriz y él un gran director. El ensayo es un territorio desconocido, esto lo decía Alberto Ure, ahí uno transita desde una oscuridad por la sombra hacia una cierta luz que no se sabe cuál va a ser. En ese territorio, a mí me parece que ocurren las travesuras más oscuras. En esta obra se juega el poder, el del hombre sabio, el de la mujer y gran actriz, pero también la joven, capaz de seducir al hombre mayor.
—¿Qué agregaste como puestista?
—Recordé Escenas de la vida conyugal y les propuse sumar la contradicción de decir y cómo volvemos de eso como contrapesamos. Creo que el teatro es ese espejo a veces deformado y roto de lo humano. Por eso traté de meterme fundamentalmente con los vínculos, porque acá hay un triángulo. Toda esa trama que estaba detrás de la anécdota del ensayo es el espacio ideal para producir una serie de travesuras oscuras.
—¿Imaginás las funciones solo los domingos a las 16?
—Con el empresario, Sebastián Blutrach hicimos un trato, él del escenario para abajo y yo del escenario para arriba. Si necesito que me ponga una bañera está. Somos como amigos y hermanos. Resuelve en producción y él cree en lo que estoy haciendo como director.
—Tu hijo Manu también es actor: ¿qué le aconsejaste?
—Él ha desarrollado su propio lenguaje, lo que a mí me alegra infinitamente porque en un comienzo trabajamos juntos. Hicimos dos experiencias. Lo dirigí, una de las primeras veces que se subió al escenario fue para Teatro por la Identidad. Luego hicimos El vuelo de los cóndores de Patricia Zangaro con dirección de Pompeyo Audivert, para el mismo ciclo. Hoy Manu integra su propio Los Bla Bla y están haciendo Modelo vivo muerto con dirección de Francisca Ure en el teatro Caras y Caretas. Trabaja mucho con las diversidades. Mi otra hija, Camila, se dedica a la producción y es artista plástica.
—¿Como ves a la cartelera actual?
—Bajó la venta en lo que respecta al resto del año, por lo menos en el teatro comercial. Hoy una sala para sobrevivir debe tener varios espectáculos y estar abierta más de tres días a la semana. Me parece muy valiosa la jugada que hace Sebastián (Blutrach) porque le da espacio a materiales muy disímiles e interesantes. Tiene El Picadero una impronta independiente, de verdad y búsqueda. Si miramos la cartelera de Londres o Broadway, me parece que estamos ahí.