El planeador de historias
“JUAN MANUEL DOMíNGUEZ ¿Qué hay más adentro?”, responde Pablo Bernasconi desde su Bariloche natal, donde se crio enamorado de las historietas de Quino, Fontanarrosa y Robin Wood y donde volvió ya siendo un cuentacuentos e ilustrador premiado a nivel mundial. Ese “¿qué hay más allá?” es su respuesta hoy, a sus 50 años, a si existe una pregunta que funcione como nave nodriza a toda su obra. Un paisaje que va desde sus trabajos en Clarín en los años 90 a sus colaboraciones con María Elena Walsh, desde sus pinturas hasta sus cuentos “más cuentos” y, por supuesto, con un paraje especial reservado para su propia y celebrada obra como autor integral para las infancias. De cara a la reedición en tapa dura y con actualizaciones en tipografías y algunas ilustraciones, ya que Penguin Random House lanza otra vez clásicos como Miedoso, La verdadera explicación, Recíproco y El brujo, el horrible y el libro rojo de los hechizos, su respuesta es la perfecta alfombra roja a la visión de un artista que corta, pega, pinta, y crea como pocos en las últimas décadas. Es el mismo Bernasconi quien siempre planea perfectamente con sus respuestas, generando más un viaje en cada una de ellas que cualquier otra cosa: “¿Qué hay más adentro? es una buena pregunta; envalentona tus propios prejuicios y tus propias pericias. ¿Qué puedo contar si revuelvo un poquito más adentro? Miedoso, por ejemplo, va más por ese lugar. Es la historia que le escribí a mi hija Nina cuando le diagnosticaron diabetes infantil, a los 3 años. Escribí ese texto mientras estuvimos 15 días internados en una clínica, como antesala de lo que estaba por venir. Se lo leía todas las noches. Hoy habla de los miedos, pero cuando lo creé le hablaba a mi hija. Entonces, ¿qué había más adentro? El recurso de la poesía, del contar, para atravesar el temor mío, y el de ella, aunque era más chiquita. Es un texto que nos acompañó, el libro salió mucho después. La capacidad transformadora de lo poético y lo narrativo es justamente que ese libro se expandió a otros temores, de muchos niños y niñas, que ahora tenía que ver con otros miedos. Eso es lo lindo de la literatura dedicada a la niñez”.
Las manos tijeras de Bernasconi, que han hecho del collage un prisma de sus pasiones e historias, alguna vez aprendieron a literalmente volar gracias a su padre: “Mi viejo literalmente me enseñó a volar, y eso repercutió en un lugar, en una forma de observar la naturaleza, de estar con la misma. Me dio herramientas que creo que hoy utilizo. Yo no sé cuáles son las herramientas estéticas, no puedo ni mencionarlas: el planeador sí puedo mencionarlo y verlo en mi obra. Toda la idea del planeador es sostener el vuelo sin motor todo el tiempo que puedas y lo más alto que puedas. Esa es una linda metáfora para cualquiera que transite la vida”. Y conduce la propia oración a ser, aprovechando una palabra que le gusta al autor, “casi” un orgánico y nada declamatorio manifiesto: “El planeador es una visión bastante ajustada de lo que a mí me representa. Es un aparato de mucha belleza y sin motor donde solo necesitás de la naturaleza para moverte. Siempre estoy mirando la belleza y entusiasmado por generarla. La belleza como logro humano, incluso dentro de la fealdad, de las situaciones sórdidas. Esa es la misión de la poesía finalmente: tomar