El chimpancé encerrado
su función de pensamiento y sirve, ciertamente, para unir, pero no para pensar”. Pensar es dudar, mantener la fe en una verdad y correr el riesgo de explorar territorios desconocidos sin la garantía de encontrarla. Nada más alejado de los sesgos (esos atajos que la mente construye para no pensar) ni de los dogmas.
Ante el pensamiento complejo se alza el pensamiento binario, simplificador. El que se centra en una única verdad, la propia, y no admite contrapruebas, dudas, interrogantes ni debate. El pensamiento que fragmenta la totalidad y toma uno variado, puesto que admite tonos a partir de la integración de los otros dos). “Argentinos de bien” contra malignos, libertarios versus “zurdos”, autores y pensadores “nefastos” (los que él no lee o con quienes no acuerda) versus una reducida casta de especialistas que conforman su ideario, mercado irrestrictamente libre versus comunismo. Bajo este último rubro entra todo, desde el socialismo en sus múltiples expresiones hasta la socialdemocracia, en un ejercicio de reduccionismo que hace temer un pobre o estrecho conocimiento de la historia de las ideas políticas. En ese modelo mental, el propio Thomas Hobbes (1588-1679), respetado como el padre de la moderna filosofía política, podría ser tildado de “zurdo” o “comunista” por haber planteado en su texto fundacional, que sin la presencia del Estado, y librado a su condición natural, el hombre se convierte en lobo del hombre. Decía Morin en su diálogo con Cyrulnik: “Quienes habitan y repiten una misma teoría se adoran entre ellos y odian a quienes recitan otra”. Ese uso de la teoría es peligroso, advertía, porque termina por ser excluyente y autoritario. Encerrar a un chimpancé no es el modo de conocerlo, ni a este ni al mundo.