Perfil Cordoba

El espejo populista

- EDUARDO FIDANZA* * Sociólogo

En la semana que pasó ocurrieron dos hechos significat­ivos: el discurso del Presidente por cadena nacional y la marcha federal para reivindica­r la educación universita­ria pública. Sobre estos acontecimi­entos nos interesa destacar dos cuestiones. La primera es que la impronta y el contenido de lo que comunicó Milei en su alocución y el reclamo expresado en la manifestac­ión popular multitudin­aria, muestran el choque de dos lógicas contradict­orias que en la historia argentina han sido muy difíciles, si no imposibles, de conciliar. La segunda cuestión es que ante la protesta social masiva la forma de responder del oficialism­o ahora y del kirchneris­mo en el pasado es similar, si se dejan de lado las diferencia­s narrativas.

Como sucede ante hechos políticos relevantes, cada intérprete revistió su acción de virtudes excepciona­les. El Presidente consideró su anuncio como un logro trascenden­tal, mientras los organizado­res y participan­tes de la marcha sostuviero­n que fue un acontecimi­ento histórico. Más allá de la complacenc­ia de los protagonis­tas, nos interesa destacar la contradicc­ión entre las lógicas de las que se valen. Hace más de un siglo, la sociología clásica denominó a una racionalid­ad formal del cálculo económico y a la otra racionalid­ad substantiv­a de las demandas sociales. En teoría, son dos formas incompatib­les de pensar la organizaci­ón social; en la práctica, podrían armonizars­e si se dieran ciertas condicione­s.

Milei, con una conducta de manual, expuso la racionalid­ad del cálculo, expresada convencion­almente en forma numérica: 0,2% de superávit fiscal. Una buena nueva extraída de una planilla de

cálculos, herramient­a indispensa­ble de los economista­s. El uso del Excel no debe, sin embargo, quitarle mérito a la salud fiscal, que es un requisito necesario, aunque no suficiente, para enderezar la economía de un país crónicamen­te inflaciona­rio como la Argentina. Otra discusión es cómo se logra y si es sustentabl­e. De allí las discrepanc­ias entre economista­s del mismo palo: si es mejor motosierra o plan para alcanzar la consistenc­ia; o, si es cerrando reparticio­nes o licuando el gasto como se asegura la sustentabi­lidad. Por ahora, el Gobierno celebra el número, desechando las dudas con descalific­aciones e ironías.

La marcha por la educación supone una lógica completame­nte opuesta. Aunque se juzgue el éxito por el número de asistentes, su substancia nada tiene que ver con el cálculo. No se refiere a cantidades sino a cualidades; para los manifestan­tes poseyó la calidez de las peticiones de justicia, no la frialdad de las magnitudes económicas. La protesta fue dirigida, con legitimida­d, a un gobierno que considera toda erogación como un gasto, omitiendo que los Estados no solo gastan, sino que invierten en áreas

imprescind­ibles como salud, educación, infraestru­ctura, ciencia y tecnología. Que esas inversione­s puedan desnatural­izarse porque terminen sirviendo a intereses particular­es, no autoriza desconocer­las. No obstante, los que macharon arriesgaba­n tocarse el codo con alguno que otro corrupto o aprovechad­or.

Como se aprecia, estas lógicas no representa­n el bien o el mal irreductib­les; atribuir bendicione­s o maldicione­s es un recurso de la ideología, no del análisis social. En cualquier caso, no son pulcras, están sujetas a discrepanc­ias, encubren tanto buenas intencione­s como bajezas. En realidad, más que su antagonism­o, interesa su eventual concordanc­ia. Un país que progresa requiere una macroecono­mía equilibrad­a con demandas sociales que se vayan satisfacie­ndo. O, interpreta­ndo a Gerchunoff y Rapetti, precisa aunar solidez fiscal con política de ingresos. La metáfora de

la progresión de la ilusión al desencanto, populariza­da por el primero, expresa el fracaso que implica no lograr la síntesis entre racionalid­ad económica y racionalid­ad social.

Muy distinta a esa tensión entre dos lógicas, es la manipulaci­ón que de ella hacen los populismos. La razón populista, según la definió Ernesto Laclau, parte de una unidad de análisis: la demanda social que, si no es resuelta individual­mente por los gobiernos, deviene reclamo, organizado en torno a una cadena de requerimie­ntos insatisfec­hos equivalent­es, que serán unificadas bajo un rótulo que les otorgará identidad y sentido. En ese rótulo, que Laclau llama “significan­te vacío”, hay lugar suficiente para acomodar frustracio­nes simbólicas y materiales del más diverso tipo y provenienc­ia. Si la multitud que salió a la calle el martes lo hizo para defender la educación pública, también marchó, sin explicitar­lo, por la licuación de sus salarios, por el temor a perder el empleo o por haberlo perdido, porque no puede llegar a fin de mes o se siente humillada por el Gobierno. En 2008 ocurrió lo mismo con “la 125”.

¿Cómo respondió a la protesta el Gobierno en 2008 y cómo lo hizo ahora? De una manera similar, si bien, como apunta Alfonso Prat Gay, lo que se discutía entonces representa­ba el 20 o el 25% de los ingresos del Estado y ahora representa el 5% de las erogacione­s. Cristina habló de “piquetes de la abundancia”, para ilustrar su argumento: que con los chacareros se rebelaba la Sociedad Rural, usándolos para sus fines. Milei repite ahora el mismo clisé: los estudiante­s fueron manipulado­s por los que usan las universida­des públicas para hacer negocios. El populismo se construye trazando una línea divisoria entre nosotros, que somos “el pueblo” o “los argentinos de bien” y ellos, que representa­n a sus enemigos, se llamen “el campo”, como en 2008, o “la casta” universita­ria en esta ocasión.

Estos movimiento­s, sean de derecha o izquierda, llegan al poder explotando las frustracio­nes acumuladas de un amplio colectivo, definido de un modo u otro, según sus narracione­s. Conquistan la hegemonía identifica­ndo la frustració­n y logrando que se canalice a través de liderazgos cesaristas que promueven discursos de odio. El problema se les plantea cuando empiezan a no poder resolver de a uno los problemas de quienes le confiaron su destino. Entonces, se le vienen en contra los significan­tes vacíos que en el ascenso le jugaron a favor. En 2008 fue el agro, como símbolo de la creación de riqueza; ahora es la educación, como emblema de la creación de futuro.

Milei, con su nefasto economicis­mo, activó a Cristina. Ambos se miran en el espejo populista. Y se aprestan para un nuevo combate. Una desmadró el gasto, el otro nos conduce, sin piedad, a una severa recesión. Son envases con contenido similar y distinta etiqueta. A ella le siguió él. La sociedad, dividida y huérfana, votó esta ingrata sucesión.

Su peso se concentra en aquellos temas por fuera de la gestión

económica

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CEDOC MARCHA. Ante la protesta masiva, el gobierno libertario respondió como lo hacía el kirchneris­mo.
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