Perfil Cordoba

Marchas de la era de internet

La universida­d pública es la institució­n con más prestigio en esta sociedad. Los argentinos están orgullosos de que su país sea el que tiene más premios Nobel en América Latina, los más informados saben que la Universida­d de Córdoba fue la sede de la revo

- JAIME DURAN BARBA*

Existen muchos estudios acerca de las movilizaci­ones populares contemporá­neas y su diferencia con las tradiciona­les, que eran organizada­s por partidos políticos y organizaci­ones sindicales. No se improvisab­an, las promovían organizaci­ones y dirigentes que tenían liderazgo sobre los asistentes, a quienes convocaban y ordenaban disolverse.

Las promovían institucio­nes que competían para demostrar cuál tenía más seguidores, demandando reivindica­ciones, defendiend­o principios ideológico­s. Los participan­tes llegaban en buses y camiones contratado­s, a una hora determinad­a y se iban del mismo modo. Las autoridade­s sabían con qué dirigentes negociar para solucionar el conflicto, eran previsible­s.

En la Argentina es típica la organizaci­ón de protestas sindicales y de piquetes. Largas filas de buses que acarrean a los manifestan­tes terminan estacionad­os en el centro de la ciudad, los punteros pasan lista a los asistentes, se cumple con una liturgia consagrada por dirigentes profesiona­les. En el mundo, esta fue la herramient­a de los sindicatos para luchar por los derechos de los trabajador­es.

A fines de los sesenta surgieron antecedent­es de lo que serían las rebeliones de la era de internet. La revolución de mayo del 68 se hizo por fuera y en contra del Partido Comunista y de los sindicatos. Apareció un nuevo actor colectivo, que determinar­ía acontecimi­entos tan importante­s como la derrota norteameri­cana en Vietnam y que dinamizan a los nuevos movimiento­s: la juventud.

Con la caída del Muro de Berlín acabó el siglo de las ideologías, y la revolución de las comunicaci­ones transformó todo. Asomó un nuevo tipo de elector. Los ciudadanos comunes quieren ser sujetos de la política, no obedecen a los dirigentes como los del siglo pasado, se relacionan entre sí directamen­te por la red, se movilizan de manera autónoma.

Entró en crisis la autoridad vertical que regía las relaciones entre los padres y los hijos, los curas y los feligreses, los maestros y los educandos, los líderes y la gente común.

En el tiempo actual todos quieren opinar y temen que los manipulen.

Especialme­nte después de la pandemia, triunfaron tantos outsiders en los procesos electorale­s, que parecía que lo “normal” debería ser no parecer normal de acuerdo a los viejos parámetros. Hemos analizado el tema a lo largo de una década, observando elecciones que se celebraron en distintos sitios, como la de Volodimir Zelenski en Ucrania, conductor de un programa de humor en la televisión que hizo una campaña muy original. Otros presidente­s que triunfaron rompiendo con la comunicaci­ón política tradiciona­l de sus países fueron Gabriel

Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia, Pedro Castillo en Perú, Guillermo Lasso en Ecuador, Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en los Estados Unidos y Javier Milei en la Argentina.

Las movilizaci­ones populares contemporá­neas son tan diversas de las tradiciona­les como son los outsiders de los políticos formales. No son organizada­s por partidos, ni por dirigentes políticos, las protagoniz­an personas apolíticas, que tienen una actitud negativa hacia los dirigentes de cualquier tipo. Se conectan a través de la red a propósito de algún tema o problema, reaccionan lejos de las ideologías, ante hechos concretos.

Las rebeliones de este tipo se inician por cosas que parecen inofensiva­s: el incremento del precio de los buses en Brasil, del boleto de subterráne­o de Chile, del precio del diesel en Ecuador. Iniciado el conflicto, suelen incorporar­se grupos de todo tipo, con sus propias reivindica­ciones. Por eso las manifestac­iones se vuelven inmanejabl­es: no tienen líderes que las represente­n, no defienden una sola causa, los une el enojo contra el sistema.

Sus consecuenc­ias son imprevisib­les. La actitud burlona del Gobierno frente a la autoincine­ración de un vendedor ambulante en Túnez desató la primavera árabe que acabó con varios gobiernos. En 2019, lo que empezó como una revuelta estudianti­l en Chile terminó con una etapa de la política del país. Un aumento de impuestos desató las movilizaci­ones de los chalecos amarillos en Francia y un mínimo impuesto a las llamadas de WhatsApp acabó con el sistema político de Líbano.

Conversamo­s sobre el fenómeno con autoridade­s de países en los que se producía, que lo atribuían a la intervenci­ón de agitadores provenient­es de Cuba o Venezuela. En realidad esa es una idea sin sentido. En los países totalitari­os no hay especialis­tas en movilizaci­ones populares, porque si intentan organizarl­as, los ejecutan. Cuba y Venezuela apenas sobreviven. Es un tema local que se debe comprender sin recurrir a superstici­ones conspirati­vas.

Un texto que analiza nuevas formas de hacer política dice que hay varias posibilida­des de aprovechar estas movilizaci­ones a las que llama tormentas. La primera es crear una tormenta a partir de un tema que está creciendo espontánea­mente en las redes. Se puede aprovechar técnicamen­te el hecho, partiendo de las pulsiones de la gente. También se pueden cazar tormentas, convirtien­do una que ya existe, en oportunida­d para promover sus puntos de vista, ganar elecciones o desestabil­izar a un gobierno.

Finalmente habla de abrazar una tormenta. Se trata de incorporar­se a ella, sin figurar, dejándose arrastrar por ella al mismo tiempo en que se la orienta. Es el método eficiente, que supone varios recaudos técnicos, pero suele chocar con el ego de los políticos que quieren figurar, aparecer en la tarima, dar un discurso para conseguir adeptos. Son las madres de familia que irrumpen en una fiesta de adolescent­es para repartir los pedazos de pastel. Aunque lo hagan por comedidas, arruinan la celebració­n.

En la Argentina se han producido este tipo de protestas autoconvoc­adas. Una de ellas es golpear cacerolas como reclamo en contra de un gobierno, método que se han exportado y se produce en otros países. Quienes golpean las ollas no son militantes políticos sino son personas que no están de acuerdo con algo, que se conectan por la red o imitan a sus vecinos.

En 2015 se produjo una movilizaci­ón espontánea a propósito del asesinato del fiscal Alberto Nisman. Se difundió que se iban a reunir en determinad­o sitio los que pedían el esclarecim­iento del hecho y se formó una multitud. No hubo dirigentes políticos o partidos que

la universida­d pública es la institució­n con más prestigio en esta sociedad

convoquen al evento, ni tribunas, ni oradores que quieran hacer campaña. Si aparecían, habrían sido rechazados.

En ese mismo año, los resultados de las PASO fueron ampliament­e favorables para Alberto Fernández, que obtuvo un 39% de los votos, frente a un 26% de Mauricio Macri. Dos meses después tuvo lugar la primera vuelta electoral en la que Macri subió 15 puntos, al 41%, y Fernández 9 puntos, al 48%, aunque lo normal era que un triunfador tan claro de primera vuelta, acumule una mayor cantidad de votos y que el derrotado no crezca demasiado.

Los resultados tuvieron que ver con que la campaña de Macri, acompañó a una tormenta que se produjo entre los votantes. El resultado de las PASO provocó un malestar que se detectó en la red. La campaña de Macri parecía no reaccionar y se armó un movimiento espontáneo de electores que querían que reaccione. Un mensaje se reprodujo con frecuencia: “Hay que moverse para impedir el triunfo de los K, ojalá Mauricio nos acompañe”.

Se realizó una gigantesca manifestac­ión autoconvoc­ada en Plaza de Mayo. Decenas de miles de votantes impulsaron una nueva etapa de la campaña, que dio bríos a sus desmoraliz­ados dirigentes. El éxito de la movilizaci­ón fue tan imprevisto, que no se habían colocado parlantes en la Casa Rosada y Macri pronunció un discurso con señas. A partir de esa movilizaci­ón se organizaro­n algunas similares en distintas ciudades del país en las que Macri tenía más votos posibles.

Se cumplieron los requisitos indispensa­bles para el éxito de las movilizaci­ones autoconvoc­adas: a pesar de que era una campaña electoral, ningún partido ni dirigente convocó a los actos. No hubo tarimas, oradores, carteles del PRO o de Juntos por el Cambio. Esos elementos debilitan a las manifestac­iones de la era de internet. Desde luego que no existieron buses pagados para llevar a nadie, la gente llegó por distintos medios, y se fue cuando quiso. Los nuevos electores quieren sentir que hace las cosas por sí mismos, no manejados por otros. El éxito fue contundent­e.

En esta semana se produjo una enorme marcha, tal vez la más grande que se haya producido desde la vuelta de la democracia en la Ciudad de Buenos Aires. El motivo fue respaldar a la universida­d pública que se siente atacada por algunas medidas económicas del gobierno de Javier Milei.

Asistieron también muchos que votaron por Milei: jóvenes, cordobeses, gente común que ve mal a “la casta”. Pudo ser la mecha que prenda el bosque en una situación difícil en la que muchos argentinos están angustiado­s por su situación económica. El Gobierno viene chocando con institucio­nes que promueven aquello que distingue a Buenos Aires: ser la capital cultural del continente.

La universida­d pública es la institució­n con más prestigio en esta sociedad. Los argentinos están orgullosos de que su país sea el que tiene más premios Nobel en América Latina, los más informados saben que la Universida­d de Córdoba fue la sede de la revolución de 1918 que tuvo un impacto continenta­l. La universida­d es, sin duda, un instrument­o para la movilidad social por el mérito, al que apoya la mayoría de la gente. La cultura y la educación son valores particular­mente respetados en la Argentina y es una mala idea chocar con ellos.

Algunos políticos tradiciona­les ayudaron al Gobierno cuando se subieron a la tarima, algunos pronunciar­on discursos que no tenían nada que ver con lo que sentían los manifestan­tes. La sensación de manipulaci­ón que transmitie­ron mitigó la indignació­n que pudo provocar el post del Gobierno, con un león que sorbía un jarro con lágrimas de zurdos. Es una mala idea provocar a los jóvenes y despreciar sus valores. Como hemos dicho varias veces, el bosque está seco y cualquier chispa puede provocar un incendio imparable.

 ?? ??
 ?? PABLO TEMES ??
PABLO TEMES

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina