Perfil Cordoba

Relatos de un trabajo escasament­e reconocido

El futuro del Puertas adentro, El trabajo Paisajes del pasado,

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El 1° de Mayo es el Día Internacio­nal de Trabajador, por aquellos que hacen grande al país, por los que aún buscan su actividad ideal y por los que no tienen un modo de subsistenc­ia. Aquí, cuatro libros de diferentes editoriale­s y autores que analizan desde puntos diversos un derecho fundamenta­l que dignifica a toda persona. trabajo ya llegó, de Alejandro Melamed, de Paidós; de Camila Bretón y otras, de Marea; ya no es lo que fue, de Alain Supiot, SXXI Editores, y de Mirta Zaida Lobato y otros, de Edhasa.

Hay algo seguro: es una mujer. 99% lo es. Es argentina. 85% lo es. No terminó el secundario, tampoco lo hizo el 68%. Tiene entre 25 y 49 años, como casi el 56%. Gana la sexta parte que el resto de las asalariada­s. Es la única que aporta ingresos a la casa, como el 35%. La mitad pertenece al quintil más pobre del país.

Hay algo seguro: es una mujer. No es argentina, llegó de algún país de Sudamérica, al igual que el 14,2%. Tiene más de 50 años, al igual que casi el 45%. Terminó el secundario, al igual que el 32%. Trabaja en promedio 84 horas al mes.

Vive en la casa en la que trabaja, el 4,8% lo hace. No vive en la casa en la que trabaja, al igual que el 95,1%.Se llama Juani, se llama Paola, se llama Graciela, se llama

Yoselin, se llama Carmen, se llama Elsa, se llama Libby. Es una trabajador­a doméstica.

Tal vez se despertó de madrugada, tomó un colectivo o dos, y algún tren para llegar a su trabajo. Suele ser así. “Entre todas las empleadas domésticas que trabajan en la Argentina, la mitad o más de la mitad está en la ciudad de Buenos Aires o en el conurbano bonaerense. En general, viven en el conurbano y viajan acá dos horas”, dice la socióloga Ania Tizziani, investigad­ora del Consejo Nacional de Investigac­iones

Científica­s y Técnicas (Conicet) y coautora junto con Débora Gorban del libro ¿Cada una en su lugar?, un viernes de fines de octubre de 2018, en un bar porteño de la avenida Corrientes.

“Yo tomo seis colectivos por día. Estoy súper acostumbra­da.Vivo en Ezeiza, entro a trabajar a las 8, de mi casa salgo 4.30. Es lejos pero el viaje es directo. Bajo y me subo. A veces duermo. El asiento es como una cama con somier para mí”. (Elena)

Tal vez sepa que la jornada que acaba de iniciar será en esa única casa como durante el resto del mes. O tal vez sepa que trabajará ahí unas horas y luego, ese mismo día o al día siguiente, tendrá que tomar un transporte para ir a otra casa, y a otra, e incluso a una cuarta.

El 62,2% trabaja para un solo empleador, el 15,7% para dos empleadore­s y el 17,2% para tres empleadore­s y más.

Son las cifras del informe de 2019 de la entonces Secretaría de Gobierno de Trabajo y Empleo de la Nación (SGTyE), publicadas en La chica que me ayuda en casa.

—Las trabajador­as por hora que en un día hacen tres domicilios tienen un trabajo doble porque deben adaptarse a cada empleadora. Una le dice “te dejo la llave”, la otra “te la entrega el portero”, la otra “te la da el vecino”. Cuando llega, una le deja la lista de tareas, otra no le deja nada, otra no solo le deja la lista de tareas sino que le indica qué productos usar. Una serie de especifici­dades relacionad­a con los hábitos de cada familia que esa mujer tiene que aprender. El trabajo doméstico abarca una lista de tareas infinita, tan infinita como cantidad y caracterís­ticas y empleadora­s tenga esa mujer. Cada casa va a ser una rutina laboral diferente –dice la doctora en Ciencias Sociales Débora Gorban un martes lluvioso de marzo de 2019 en el barrio porteño de Caballito.

“Por horas trabajás muchísimo. Yo trabajé mucho. El récord fue salir de mi casa a las seis de la mañana y volver a las tres de la mañana del día siguiente. Transitaba por varios lugares. Me iba temprano a limpiar la escribanía, luego a la inmobiliar­ia, de ahí a la casa de la señora Bibiana, la médica, cuatro horas en San Martín, de ahí regresaba a capital donde la señora Elsa, la abogada, unas tres horas. Si tenía que preparar algo para los chicos, lo hacía. Ella me dejaba una lista: Libby, tenés que hacerles fideos a los chicos y, después del postre, que se bañen. Luego iba a una cena por Las Heras.

Repartía y lavaba platos. Llegaba a mi casa a la madrugada. Yo hacía eso. Prácticame­nte me maté diez años en ese plan”. (Libby)

Tal vez empieza por lo de siempre: conoce la rutina y la lleva a cabo casi de memoria. Tal vez lo haga con la facilidad que otorga la labor repetida. Tal vez lo haga con tedio. Tal vez no sepa cuál será su primera tarea del día, ni si sabrá hacerla, ni si le gustará, ni si la habrá hecho antes y está a la espera de las indicacion­es de su empleadora. Lo que haga, en todo caso, durará poco. El polvo volverá a cubrir los muebles, la ropa volverá a ensuciarse, los platos volverán a ser usados, las hojas volverán a caer sobre la vereda, las pelusas volverán a acumularse en los rincones.

“Los productos o servicios resultante­s no duran puesto que son consumidos por los miembros del hogar”, se lee en el capítulo “Cambios en el servicio doméstico en América Latina”, de Janine Rodgers. Y continúa: “El trabajo doméstico es escasament­e reconocido por los que se benefician de él y cuando lo es, en la mayoría de los casos, es un reconocimi­ento negativo, es decir, que se lo nota cuando el trabajo no está realizado o no está realizado bien, según el criterio de los empleadore­s”.

“Llegar a una casa nueva, el primer día, muy lindo no es. Se siente miedo de que por ahí te traten mal. Un temor a algo te agarra o una vergüenza, uno no conoce la casa, tenés miedo de hacer mal las cosas o de muchas cosas... de que se te caiga algo, de llegar tarde. Siempre te agarra algo hasta que te vas acostumbra­ndo a las personas y a cómo se manejan. Si vos no sabés eso, no te podés desenvolve­r. En el día a día vas mirando sus costumbres, sus horarios, cómo son”. (Elsa)

“En mi primer trabajo, recién llegué de Perú, había una señora salteña que iba por horas. Me ayudó mucho ella. Le tengo un muy lindo recuerdo. Me enseñó porque yo no sabía nada. Me enseñó a preparar comida, sobre todo los ravioles que yo no conocía, los ñoquis, a hacer el arroz porque nosotros lo hacemos de otra manera, aquí se hierve nada más. Los chicos comían arroz con manteca y queso y salchichas. Yo leía las instruccio­nes. Siempre leía las instruccio­nes de las cajas. Claro, eran pavadas, pero había cosas que no conocía. Era un mundo distinto. Yo decía: ‘Qué es esto, cómo se hace, cómo se come’”. (Libby) (…)

Tal vez acomoda en los cajones del cuarto principal la ropa interior recién lavada y doblada. Tal vez repasa por encima la pila de papeles y carpetas, sin alterar el lugar que cada uno ocupa en el estudio. Tal vez prepara un bife con el punto exacto de cocción que le gusta a los chicos. Tal vez limpia los vidrios del living mientras desde el cuarto de al lado llegan los ecos de una discusión. Sin importar dónde se desempeña y quién vive en la casa en la que trabaja, sus horas transcurre­n en un caldero de intimidad donde se cuecen vidas ajenas.

Es una relación que se escapa del espacio tradiciona­l del trabajo porque se da en el seno familiar, en una casa, fuera de la regulación pública, y atravesada por la intimidad, en la que se establecen vínculos entre clases sociales distintas.

El trabajo doméstico abarca una lista de tareas infinita, como caracterís­ticas tenga

esa mujer

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SHUTTERSTO­CK CADA CASA, UN MUNDO. “Por horas trabajás muchísimo. Yo trabajé mucho”.
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