Aprendizaje y seducción
Autor: Julian Barnes
Género: novela
Otras obras del autor: Metrolandia, El loro de Flaubert, Hablando del asunto, Amor, El hombre de la bata roja
Editorial: Anagrama, $ 16.000
Traducción: Inga Pellisa
SILVIA RENÉE
ARIAS Permítanme reseñar dos libros a la vez, novelas que han publicado contemporáneamente los británicos Ian McEwan y Julian Barnes. Además de tener casi la misma edad (Barnes nació en 1946 y McEwan en 1948), ambos cuentan en estos libros las historias de (por lo menos) dos mujeres que marcan a sus narradores del mismo modo que, al parecer, lo hicieron en sus propias vidas.
Pero nada hace un escritor con sus vivencias si no las transforma. Para camuflar parte de sus biografías, McEwan centra su relato en una profesora de piano de 25 años que abusa de un adolescente de 14 llamado Roland Baines, y Barnes en la misteriosa y fascinante personalidad de Elizabeth Finch, una profesora de Cultura y Civilización con la que Neil, a sus más de treinta años, toma clases de educación adulta y frecuenta más allá del aula. Pero será a partir de su muerte –y al tener acceso a sus cuadernos y notas–, cuando él comience a preguntarse quién fue ella en realidad. Es decir que los dos protagonistas de estas novelas son seducidos, aunque de modos distintos, por mujeres poco convencionales (sin contar a la esposa de Baines, que lo abandona junto con su hijo de seis meses para dedicarse de lleno a la literatura).
En el caso de la novela de McEwan, al final hay una “expiación”, tan lógica como políticamente incorrecta, mientras que la musa del erudito y provocativo Barnes recrea el género novela con elucubraciones filosóficas e históricas que dan pie a una segunda parte dedicada a un ensayo sobre el Apóstata Juliano, que es también un homenaje del narrador a su amiga. Esto es así porque Elisabeth
Lecciones
Autor: Ian McEwan
Género: novela
Otras obras del autor: Expiación, Amsterdam, Amor perdurable, Cáscara de nuez, Chesil Beach
Editorial: Siglo XXI, $ 21.990
Traducción: Eduardo Iriarte
Finch admiraba el mundo clásico, y para ella la humanidad había tomado el camino equivocado cuando el Imperio Romano aceptó el Cristianismo. Un ejemplo de esas reflexiones: “Requiere una mente robusta contemplar la idea de la extinción sin flaquear. Por otro lado, requiere una mente robusta contemplar la idea de ser juzgado por un ser divino omnipotente”.
Pero más allá de la cuestión filosófica, el centro de las historias de estos maestros británicos (extraordinario y musical McEwan en su registro de la sensualidad), no es otro que el aprendizaje, la seducción y el amor, ya sea el de un adolescente que sólo al hacerse adulto podrá juzgar las acciones que dejaron huella en su vida, como el de un discípulo que a sus setenta años recrea el camino que trazó esa increíble mujer en el límite de dos sentimientos casi indistinguibles: la admiración y el enamoramiento. En este sentido, la sabiduría de Barnes incluye una carta de Geoff, un díscolo excompañero que le expondrá la otra cara, la misma que a esa altura del relato el lector acaso esté reclamando.
Ni al traumatizado Roland creado por McEwan ni al obsesionado Neil, de Barnes, les ha ido muy bien en la vida. Pero qué más da: podrían recitar a coro a Rainer Maria Rilke: “Creedme, todo depende de esto: haber tenido, una vez en la vida, una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los días venideros”.