Perfil Cordoba

Un mundo que murió

La presencia de los nuevos liderazgos que han ganado las elecciones en varios países, pone en evidencia cuán obsoletas estaban las institucio­nes y liturgias políticas. Si quieren recuperar vigencia los líderes y las organizaci­ones políticas del pasado, te

- JAIME DURAN BARBA*

La mayor parte de los dirigentes y dinastías sindicales son anteriores a dos hechos que cambiaron radicalmen­te la realidad: la caída del socialismo real y la explosión de las innovacion­es vinculadas a la red de 2007.

Durante el siglo, buena parte de la humanidad fue gobernada por gobiernos comunistas, que mantenían las tesis de Marx sobre la clase obrera. En varios países de Occidente había organizaci­ones que mantenían la esperanza de que triunfe la revolución mundial dirigida por el proletaria­do.

Marx desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX sus teorías, que adquiriero­n fuerza cuando un revolucion­ario ruso, Lenin, encabezó la Revolución de Octubre y se difundió el marxismo-leninismo. El filósofo ideó ciertas leyes de desarrollo del capitalism­o, que fueron la base de su teoría. Pensó que el maquinismo crearía artefactos sofisticad­os que condenaría­n a los obreros a realizar actividade­s repetitiva­s que acabarían con su creativida­d. Explicaba la historia como el enfrentami­ento de dos clases sociales que serían sus únicas protagonis­tas: los dueños de los medios de producción y la clase obrera. Esto provocaría la pauperizac­ión de los trabajador­es que terminaría­n en la pobreza más absoluta, les quedaría solamente su prole y por eso los llamó proletario­s. En esa situación, los obreros, que serían la mayoría, tendrían que impulsar una revolución mundial y asumir el poder.

Este esquema teórico tuvo vigencia no solo en la Unión Soviética, los países que ocupó después de la Segunda Guerra Mundial, China, Cuba y otras naciones, sino también en Italia y Francia en donde existieron robustos Partidos Comunistas y enormes centrales sindicales de esa orientació­n.

Gran parte del movimiento obrero europeo tomó otro camino. A despecho de las teorías marxistas, los trabajador­es de muchos países organizaro­n partidos socialdemó­cratas en los que los sindicatos tuvieron un papel central. La socialdemo­cracia luchó por los derechos de los trabajador­es y consiguió que tuvieran un buen nivel de vida. No se vino la pauperizac­ión sino la prosperida­d, en sociedades capitalist­as con un tinte socialista.

En América Latina muchas organizaci­ones obreras fueron poderosas, pero integradas a proyectos políticos más amplios. El partido laborista más importante del continente fue el Partido de los Trabajador­es de Brasil, que llevó dos veces al poder a un obrero metalúrgic­o, Luiz Inácio “Lula” da Silva, la primera vez en solitario, y la segunda encabezand­o una coalición de casi todos los partidos políticos del país, enfrentado­s a la fuerza emergente de Bolsonaro.

En Argentina el movimiento sindical nació organizada por el General Perón, quien fue agregado militar en la Embajada argentina en Roma en el tiempo de Mussolini. En esa época se vivió en Europa el auge de gobiernos autoritari­os, nacionalis­tas, de corte fascista, especialme­nte en

Alemania, Italia y España, que incorporar­on a organizaci­ones sindicales dependient­es de su proyecto. Hitler y Mussolini surgieron de organizaci­ones socialista­s y la Falange cultivó un brazo obrero importante. Fueron organizaci­ones de trabajador­es poderosas, que obedecían a caudillos de corte militar que no venían de la clase obrera.

Perón promulgó una reforma laboral inspirada en la Carta del Lavoro promulgada en 1927 en Italia, y creó un movimiento sindical que reconocía su liderazgo absoluto. No solo que funcionó bien ese sindicalis­mo peronista, sino que otros quisieron emular el modelo. En 1966 el General Juan Carlos Onganía pretendió ser un nuevo Perón, entregó a los sindicatos una serie de privilegio­s que les permitiero­n manejar recursos con los que pudieron ofrecer muchos servicios a sus afiliados.

Otros militares como Massera y Galtieri tuvieron el sueño de convertirs­e en Perón, conjugando militarism­o, clase obrera y religión, en un esquema que no tenía nada que ver con el sindicalis­mo que impulsaron los marxistas.

En todo caso la CGT ha sido uno de los pilares de la nación argentina, y conservó ese sitio cuando casi todas las organizaci­ones sindicales del continente perdieron vigencia. Los sindicatos manejan enormes recursos que les permiten contratar fuerzas de choque para imponer la voluntad de una burocracia que se enriqueció desmesurad­amente. Sus dirigentes suelen imponerse en las elecciones internas, recurriend­o incluso al uso de las armas, en una lucha que más que ideológica tiene que ver con el control de enormes fuentes de riqueza. Hay que reconocer que los obreros sindicaliz­ados, en general, son los que pueden afrontar la crisis presente con ventaja, porque esos sindicatos, con todas sus falencias, les permiten negociar ventajosam­ente su salario y no perder tanto ante la inflación.

La mayoría de los dirigentes sindicales llevan varias décadas al frente de las organizaci­ones. Mencionemo­s solamente los años de antigüedad de aquellos que asumieron sus funciones antes de la caída del Muro de Berlín: Amadeo Genta: 41 años, Rodolfo Daer: 39, Luis Barrionuev­o: 39, José Luis Lingerí: 38, Armando Cavalieri: 38, Hugo Moyano: 37, Julio Piumato: 34, Andrés Rodríguez: 34, Gerardo Martínez: 34. No importaría la antigüedad de su mandato si se hubiesen renovado, pero esto no es así. Siguen siendo los mismos dirigentes que conocí cuando estudiaba en la Universida­d de Cuyo a principios de los setenta.

El otro elemento que ha transforma­do a toda la sociedad y a la política es la transforma­ción tecnológic­a. Este fue el tema principal de nuestro último libro, “La nueva sociedad, Poder femenino, electores impredecib­les y revolución tecnológic­a. De la transforma­ción al caos” y es objeto de las investigac­iones y papers que escribimos en varios países y que exponemos en los ámbitos académicos. El terremoto es total y no hay axiomas que reemplacen a los del antiguo paradigma creado por Napolitan.

Está claro que lo que hacíamos hasta hace diez años no tiene vigencia. Después de Milei, Boric, Castillo, Bolsonaro, Bush, no volverán la discusión de programas de gobierno, los concursos de oratoria, los locales partidista­s en cada municipio, para que los punteros de la campaña se reúnan a fumar y jugar a las cartas mientras organizan el reparto de folletos de propaganda. La mayoría de la gente ya no fuma, impide que otros lo hagan en locales cerrados, no juega a las cartas, tiene otras diversione­s con su teléfono, no se puede convencer a nadie con el contenido de folletos, la política tiene que ver con sentimien

el paro de la CGT fue una maquina de escribir perdida que ya nadie usa la sociedad de los celulares informa y también fomenta prejuicios

tos, sensacione­s y likes. El diagnóstic­o negativo está claro, los consultore­s más sofisticad­os hacen esfuerzos para hacer una propuesta que permita afrontar la nueva realidad.

La gente ve la política, no oye demasiado. La mayor ayuda que recibió el gobierno de Milei cuando enfrentó a una de las manifestac­iones más importante­s de la democracia en defensa de la Universida­d Pública, fue la presencia de personajes caducos que ocuparon la tarima y pronunciar­on discursos desgastado­s. Lanzaron un balde agua fría que apagó el entusiasmo de la multitud que se había reunido movilizada por una causa. En la sociedad contemporá­nea las muchas casas impiden el desarrollo de las causas.

Se necesita que los dirigentes comuniquen novedad, movimiento, utopía. Más que un edificio para alojar al comité central del partido o a la dirección de la campaña, se necesita que los líderes muevan sentimient­os que lleven a los militantes a movilizars­e.

El líder moderno se incorpora a la multitud. No la dirige desde un balcón, se une a ella y la orienta, compartien­do sentimient­os y emociones. Debe ser auténtico, en una sociedad en la que todos tienen un celular que les permite registrar todo lo que ocurre y recibir en tiempo real noticias que pueden no ser trascenden­tes, pero producen reacciones que se viralizan y desatan tempestade­s.

El paro de la CGT fue una máquina de escribir perdida en medio de una sociedad que ya no la usa. En el siglo pasado, cuando la organizaci­ón sindical decía que paraba, en realidad, se detenía todo lo que existía. No solo acataban el paro los que creían en sus motivos, sino también los que temían el ataque de las patotas de matones que los sindicatos desplegaba­n para atacar a quienes trabajaban.

Sucedió en los paros que organizaro­n los dirigentes sindicales contra el gobierno de Macri, pero apareció un artefacto que defiende al ciudadano común de los autoritari­smos y atropellos: el celular. Personas que fueron atacadas por matones tomaron fotos y películas, las mandaron a los canales de televisión, las viralizaro­n a través de las redes. La reacción de la inmensa mayoría no fue la de antes, cuando muchos habrían calificado a esta acción como una denuncia que atentaba contra la defensa de los trabajador­es. Los ciudadanos actuales respetan las opciones de los individuos y no apoyan la imposición del punto de vista de unos sobre otros. Es un nuevo individual­ismo solidario nacido de las pantallas.

La sociedad de los celulares informa y también fomenta prejuicios. Los dirigentes sindicales de siempre, cuyos coches y mansiones se han visto en las redes, carecen de la autenticid­ad necesaria para ser los representa­ntes de los pobres. La mentalidad conspirati­va de la época hace que esos problemas se exageren y destruyan su credibilid­ad. Un dirigente transparen­te que ama a sus mascotas es más creíble que un millonario vestido de pobre que pronuncia discursos para mantener sus privilegio­s. Sea o no real, es lo que ve la gente.

Es indispensa­ble que todos los dirigentes que quieran mantener vigencia reconstruy­an un liderazgo que caducó.

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