Operación Dupont
OMAR GENOVESE “La Operación Dupont es proteica: su trabajo consiste en detectar modos de pensamiento que, a fuerza de redundancia, se han transformado en clichés. Sus presas son pequeños quijotes ávidos de ilusión en un mundo sin quimeras, a los que Dupont les aplica, sin distinciones ideológicas, una ironía méchante que centellea como acero quirúrgico”. El párrafo de contratapa pertenece a Luis Thonis, quien dejó su lectura como hilo en el laberinto lector.
Porque el escritor se esconde como traductor, atento a su oído de esos oímes míticos que lo discursivo, mal analizado desde el siglo pasado, juega al trueque de saberes como si la apuesta fuera cuánto sé de lo que no sabés. Operaciones, pero de otro tipo. El fulgurante ánimo por la trascendencia célebre, acaso célibe, en que la intelectualidad malentendida (también malsabida) sobras suele vestir. Una cultura de la resonancia sin ciencia, el discurso pervertido que perdura para que nada cambie, incluyendo los pañales de las ideas.
Así, el escritor se encarga de irrumpir, reproducir esa contemplación sacrílega de los discursos otros. En 16 cuentos, o cortes a lo director con cámara en mano, congela un tiempo de la oralidad, del discurrir intenso, de la repetición normativa en esa hermenéutica donde Dios es él, a su pesar, junto a otros tótems del habla sagrada. Hay un Wilcock, también un Sade (el del diálogo entre un sacerdote y un moribundo), acaso un cómplice de Freud disfrazado como espía. Y claro, por qué no, reverberan Kant, Heidegger, tal vez la sombra de un monje copista de Giordano Bruno, cómo saberlo o sí, ¿por qué están todos allí como coro insomne?
Se trata de la apropiación social de los enunciados, más allá de las consistencias, argumentos y grados de verdad. El homo contemporáneo, que comenzó decapitando aristócratas, reemplazó esas conciencias malogradas por otras nuevas, acaso múltiples, como cajas de resonancia de un poder omnívoro. Cuerpos injertados con cabezas resonantes. Esa es la idea general que, como imagen, adquiere la dimensión irónica de un Arcimboldo ensamblando sobras mecánicas.
Idiotas útiles, soberbios encaramados en sí y para sí, la soledad del ser pensante, del ser, del otro… El humor asiste para sosegar tal monstruosa visita. Como ejemplo, el caso de Cojito: “La cosa inesperada es un imposible gnoseológico para Cojito. Una episteme irreal, un espejismo. Cojito en los márgenes, carpiendo su propia parcela, una parte de la noche, un espesor aparentemente inerte en el que se consume como una gasa en el fuego. La comunidad de Cojito es la comunidad de los distintos. Una playa sin sol. No es para tanto, se dice Cojito a menudo, pero atado sigue. Y ahí va. Insistente, sin haber meditado nunca de manera autónoma: siempre atado a su cojera, nunca yendo más allá (o más acá). Filosofías… Una compañía inagotable, miles de estantes”.
Dupont garantiza que la fábula sigue, frente al fuego en la caverna, en bocas asomadas por las estrechas ventanas de la Babel del rumor que nunca cesa.
Idiotas útiles, soberbios encaramados en sí y para sí, la soledad del ser pensante, del ser, del otro… El humor asiste para sosegar tal monstruosa visita