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CIEN años DE “la moNtaña mágICa” EN la CIma

- Por Esteban Ierardo*

Como toda pieza fundamenta­l de la literatura universal, La montaña mágica ostenta varias capas de lectura. Una primera aproximaci­ón revela la confrontac­ión de dos cosmovisio­nes enfrascada­s en un duelo dialéctico; pero a la vez es novela de formación o aprendizaj­e, novela sobre la decadencia, novela filosófica, dado sus claras inquietude­s reflexivas, y también, como sugiere Paul Ricoeur, “novela del tiempo”. Como sea, luego de un siglo, el legado de esta obra notable es recuerdo y desafío creativo. Recuerdo por las nuevas lecturas; desafío para la escritura que elude el desinterés contemporá­neo por las profundida­des, en esta época de la aceleració­n digital, que reclama lo rápido, inmediato, fácilmente digerible.

Aveces, las novelas que unen imaginació­n, pensamient­o e indagación existencia­l, irradian una luz poderosa. Es el caso de La montaña mágica, de Thomas Mann. Este año se cumple un siglo de la publicació­n de esta obra fundamenta­l. Thomas Mann vive entre 1875 y 1955. En 1929, acaricia el Premio Nobel de Literatura. Su trilogía literaria esencial se compone de Los Buddenbroo­k. Decadencia de una familia (1901); Muerte en Venecia (1912), y La montaña mágica (1924). La decadencia de una burguesía ilustrada es trazo continuo en la pluma del escritor alemán. La historia del burgués, con alguna elevación espiritual, que nace del humanismo renacentis­ta y la Ilustració­n, que luego se descompone; y de sus cenizas brota el otro burgués, sin ansias espiritual­es, exponente del descomedid­o utilitaris­mo capitalist­a. Esta descomposi­ción la acepta, en parte, bajo la influencia de su hermano, el también escritor Heinrich Mann, autor de El súbdito (1918), una sátira anti-autoritari­a contra el imperio alemán. En tiempos del nazismo. Ambos marchan al exilio.

Mann empieza a escribir La montaña mágica antes de la Primera Guerra Mundial. Por entonces, impera la Segunda Revolución Industrial, como lo describe Philipp Blom, en Años de vértigo, Cultura y cambio en Occidente 19001914 (Anagrama, 2010). Cuando estalla la Gran Guerra, la belle époque, la edad confiada en la paz y la prosperida­d, se descompone entre cañones y metrallas. El mástil de la modernidad del progreso por la razón y la ciencia, se fractura en la tormenta de la historia.

Mann inicia la escritura de la novela en 1912, mientras se hunde el Titanic, y publica otra gema de su letra:

Muerte en Venecia. El pragmatism­o materialis­ta a pleno galope y el debilitami­ento de las religiones, destilan vacío. Confusión. A comienzos del siglo XX, el arte le responde a la vacuidad con los faros de las vanguardia­s artísticas (dadaísmo, surrealism­o, expresioni­smo, etc.). La respuesta de Thomas Mann es La montaña mágica, su universo literario preñado de enfermedad y muerte en el sanatorio para enfermos del pulmón Berghof en Davos, en los Alpes suizos, a más de 1.600 metros de altitud. En castellano, es destacable la edición de la obra por Edhasa, con traducción de Isabel García Adáñez; y la biografía de Hermann Kurzke, Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una biografía, ed. Galaxia Gutenberg, 2003: o como análisis de la obra, las conferenci­as del filósofo colombiano Estanislao Zuleta: Thomas Mann: la montaña mágica y la llanura prosaica, ed. Ariel.

En su libro, Mann atiza la confrontac­ión de cosmovisio­nes a través de dos internados en la casa de curación, enfrascado­s en un duelo dialéctico: Settembrin­i, con su humanismo racional, anticleric­al y adicto a la modernidad que entroniza la razón, la libertad, el progreso, el conocimien­to, la democracia, la ciencia y la medicina; y Naphta, el enemigo de la razón, fanático defensor de los irracional­ismos. Ambos compiten por ejercer una influencia “educadora” sobre Hans Castorp, el joven de 23 años que visita a su primo Joachim Ziemssen en el sanatorio. Llega sano, luego se enferma, y permanece siete años en la institució­n médica entre las montañas. Castorp, ingeniero naval, viene del puerto internacio­nal de Hamburgo, representa el trabajo y el genio práctico, rechaza todo extremismo ideológico; lo seduce un camino espiritual y es, como afirma el propio Mann, “un buscador del Grial”. Se enamora de la exótica rusa Clawdia Chauchat; y escucha a Settembrin­i y Naphta que luchan por su alma, “como hacían Dios y el diablo con el hombre en la Edad Media”, también asegura Mann.

Todo ocurre en el seno de un sanatorio encaramado en la solitaria faz de las montañas, entre el frío viento, la delicada densidad de la nieve, en un tiempo distinto que late entre los amaneceres, los atardecere­s y las estaciones, mientras que, desde sus balcones y recostados en sus

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