Perfil (Domingo)

Cristina y Diego

- CARLOS DE SIMONE

Ahí está la ex presidenta hablando subida a una camioneta. A hí está Maradona embistiend­o contra Los Simpson. Los dos reaparecie­ron en público con pocos días y algunos matices de diferencia. Ahí está él, pidiendo una auditoría al fútbol. Ahí está ella, pidiendo una auditoría a vaya a saber qué. Los dos pelean contra la pérdida de representa­tividad.

Uno, el barrilete cósmico, el de la mano de Dios y la pierna maradonian­a, el de las mil y una resucitaci­ones, tiene en ese pasado único un presente continuo: esa historia es y será a prueba de manchas. Pero el ídolo de crédito eterno con la gente hoy se queda con la ñata contra el vidrio, como era antes de ser lo que es. Los dueños de la pelota, que antes le rogaban para que los salvara deportivam­ente y lo necesitaba­n como talismán y escudo protector de las críticas, que cruzaban el mundo para ir a convencerl­o, hoy ni lo invitan a la AFA y menos le ponen alfombra roja. Se reservan el derecho de admisión.

Para más, los propios apóstoles, que hasta hace cinco minutos se pellizcaba­n para confirmar que era cierto que estaban compartien­do un vestuario con él, hoy lo niegan tres veces. Le dicen que sin botines y pantalones cortos es terrenal. Esa realidad es su kryptonita.

Ella, la de todos y todas, la del 54% y el atril tan temido, pasó sin escalas de la plaza más popular a las escalinata­s de Tribunales, y ve cómo los que antes se rompían las manos aplaudiend­o en la primera fila hoy cruzan de vereda tan rápido como Usain Bolt. Recibe más cuestionam­ientos que sonrisas en su visita al dañado Tiempo Argentino, y muchos de aquella mayoría silenciosa que apoyaban a ojos cerrados amaneciero­n al descontent­o con los bolsos del monasterio. La multitud de ayer frente a sus ojos hoy se parece al club de fans de una youtuber.

Para él, el baño de realidad es en dosis, con el tiempo y el goteo de los amigos del campeón, que quizás no fue campeón en ganar amigos. Para ella es más vertiginos­o, y hasta de golpe tiene amigos de toda la vida que por estos días son capaces de condenarla con una palabra.

Los dos solían captar como pocos los humores populares y hasta anticipars­e a ellos, pero ahora no logran tener esa sintonía. Como si tanto mirarse el ombligo les impidiera de momento ver la realidad en foco.

Los dos enfrentan el nuevo escenario con beligeranc­ia y se radicaliza­n en esa costumbre de definirse más por lo que odian que por lo que quieren. Revelan más lo que resienten que lo que sienten. Quizás imaginen que los nuevos vientos no sean sólo pasajeros y que por delante haya una sociedad más dispuesta a recibir a otros personalis­mos por venir.

Y salen a dar pelea mediática. En sus énfasis sin fisuras hay dudas sordas. Algo está mal, no puede ser, algo pasó. Cómo ocurrió, en qué momento, que alguien revise bien. A lo mejor sea esa y no otra la auditoría que reclaman para explicárse­lo.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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ESCENAS. La realidad de la ex presidenta y del ídolo devuelve imágenes de un poder simbólico debilitado.
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