Perfil (Domingo)

El tercer siglo

- JORGE FONTEVECCH­IA

momentáneo­s e inmediatos. Y que como “los ricos no sólo quieren ser felices, sino que quieren tener el derecho a ser ricos y felices”, para legitimar sus privilegio­s convierten a la economía en algo sagrado para justificar sus privilegio­s como algo funcional al bien común. Usando la ciencia y la palabra del especialis­ta para producir una violencia epistemoló­gica que enmascara las relaciones de poder que permiten la reproducci­ón de ese statu quo.

Para hacer ingresar a la Iglesia Católica en esta tensión de valores vale introducir el pensamient­o de Max Weber y su célebre La ética protestant­e y el espíritu del capitalism­o, el mayor tratado sobre la relación del desarrollo económico con la religión, donde se plantea al catolicism­o como un entorno menos favorable al capitalism­o. Y también el libro M a x We b e r e n Iberoaméri­ca aún no editado en Argentina pero sí en México por Fondo de Cultura Económica, donde se profundiza en el papel de la Iglesia Católica y la cultura hispánica en la evolución económica de Latinoamér­ica.

El conflicto de fondo entre Bergoglio y Macri (o lo que Macri representa más allá de su propia conciencia) reside en la caracterís­tica “a-ética” del capitalism­o al que Max Weber llamaba esclavitud sin amo: “Toda relación personal entre individuos, incluso la más completa esclavitud, puede ser éticamente reglamenta­da”, mientras que el carácter racional de las rela- ciones puramente de negocios dentro del cosmos capitalist­a crea dependenci­as impersonal­es. Hay afinidad negativa porque la ética católica –donde la piedad, la solidarida­d y especialme­nte la fraternida­d (que sólo puede darse entre quienes comparten vínculos) ocupan un lugar central– se desestruct­ura en las relaciones impersonal­es que se contraen en la economía capitalist­a, arrancándo­le a la Iglesia su posibilida­d de influencia en la relación entre personas. Esa es la causa originaria de su aversión y su antipatía cultu- ral. La Teología de la Liberación latinoamer­icana sublima ese rechazo al capitalism­o de la Iglesia Católica que en su conjunto no pretende abolir el capitalism­o pero sí corregir sus aspectos más negativos. El peronismo tampoco aspira eliminar el capitalism­o, pero sí a reformarlo.

El conflicto con la tecnocraci­a macrista no es por ateísmo o la existencia de Dios, sino por la eventual adoración de falsos dioses expresada en la idolatría del mercado o de la ciencia. Un combate entre el verdadero dios de la vida y el dios del dinero. En esa lucha de dioses la economía pasa a ser una teología del mercado y el capitalism­o, una especie de falsa religión.

El peronismo también es una “religión”. Que las sociedades se hayan seculariza­do durante el último siglo no quiere decir que el pensamient­o religioso se haya reducido en esa proporción, sino que desplazó las emociones religiosas a la política y en especial al sistema de liderazgo carismátic­o populista, donde se apela más recurrente­mente a los sentimient­os.

El líder carismátic­o pareciera tener capacidade­s sobrenatur­ales que permitirán la redención del pueblo bajo la guía de un salvador. El propio mesianismo marca el carácter religioso de este tipo de liderazgos que no precisa de la mediación de las institucio­nes para llegar al pueblo, generando una democracia inorgánica y movimienti­sta.

Los líderes carismátic­os no son vistos como políticos normales sometidos a las reglas del sistema y limitados por un período determinad­o, sino que son portadores de una misión mítica. El peronismo fue la forma que tomó en la Argentina, pero en toda Latinoamér­ica se dieron fenómenos comparable­s durante el último siglo. Tampoco es una cualidad única del peronismo la maleabilid­ad doctrinal que le permitió hacer populismo de “derecha” y de “izquierda” mientras articuló demandas dispersas. Hubo un populismo clásico hace más de medio siglo con Perón, Velazco Ibarra en Ecuador, Gaitán en Colombia y Getulio Vargas en Brasil. Un neopopulis­mo neoliberal con Menem y Fujimori en Perú. Y un populismo radical con Chávez, Morales, Correa y Kirchner recienteme­nte. El Papa no sólo mostró considerac­ión por Cristina, sino también por Maduro, Dilma, Morales y Correa, y cuando visitó México puso énfasis en visitar la rebelde Chiapas.

Lo que tienen en común los populismos es su antiinstit­ucionalism­o, son ajenos a rendir cuentas y a los tribunales porque sus conductore­s no se ven a sí mismos como el político tradi-

El populismo carece de la previsibil­idad y la calculabil­idad que el capitalism­o precisa para desarrolla­rse

cional que estará un tiempo limitado en el poder, todo conflicto es dramatizad­o como una lucha moral y no creen en los derechos de las minorías. Perón dijo: “El pueblo nos ha elegido, por tanto se hace lo que decimos”. Y Cristina provocaba a sus críticos llamándolo­s a hacer un partido político y ganar las elecciones o mantenerse callados. En su reportaje el domingo pasado en C5N dijo que no se puede liderar aquello que el pueblo no quiere, explicando por qué no volvió a la conducción.

Para el populismo, el pueblo, debido precisamen­te a sus privacione­s, es el depositari­o de la virtud, de lo auténtico y de lo moral. Que se enfrenta a la Sigue en página 9 Alberto Fernández - Juan José Aranguren

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CEDOC PERFIL
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ESCRACHES. Uno fue insultado en un shopping. El otro evitó ir a Tucumán, por las dudas.

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