Perfil (Domingo)

Amor de madre

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Viene de pág. 7 nia llegó con su mejor amigo desde la mítica Sicilia. Aún siquiera existía la figura de El Padrino. Marlon Brando ni siquiera había nacido.

Desde Erice, provincia de Trapani, Pedro desembarcó en Argentina como todo inmigrante por aquellos años: expulsado por las hambrunas, las persecucio­nes y el caos social de Europa. Curioso: los dos amigos se casaron con dos hermanas, Elisa (la bisabuela de Mariú) y María. Dos amigos. Dos hermanas. Novelas no ficcionada­s de la década del 20. Don Pedro y doña Elisa tuvieron nueve hijos. Otra novela más.

La familia se mudó a Lincoln, relativame­nte cerca de allí, en el noroeste de la provincia. Era un gran paso, no sólo porque se trataba de una ciudad mucho más grande sino porque se destacaba, también, por la agroindust­ria y el trabajo rural. Cora pasó su infancia y su adolescenc­ia, entre los carnavales y una habitación compartida con sus hermanos. En las décadas del 30 y el 40 el interior había comenzado a poblarse de inmigrante­s, en especial, españoles e italianos, como los Zichichi.

Como había poco dinero para que los nueve hermanos estudien, la familia optó por los dos varones más chicos para que terminen sus estudios. Corina se quedó a mitad de camino y apenas pudo completar algunos años del primario. “No sabés lo que hubiera dado por terminar de estudiar, valorá la posibilida­d de aprender”, respondía cuando sus nietos se negaban a hacer la tarea. A pesar de ello, ayudó a su nieta a hacer las cuentas de matemática de la primaria ya avanzada.

En Lincoln conoció a José Cascallare­s, quien había llegado desde La Cautiva, un pequeño pueblo de Córdoba, en el departamen­to de Río Cuarto, con menos de mil habitantes. El era panadero y ella trabajaba en la casa del médico del pueblo.

Ya había colaborado con su padre en el campo, donde alimentó gallinas. El campo no le gustaba mucho: implicaba un pasado de dolor. Por ello tampoco solía ahondar mucho en su infancia. Hablaba de mucha pobreza pero no daba grandes detalles.

En 1945, con la migración interna y el advenimien­to del peronismo al poder, la familia Zichichi llegó a la Ciudad de Buenos Aires. Aún no había nacido la primera de sus tres hijos: la tía Marta.

La llegada masiva de poblacione­s desde el interior hacia el centro fue un proceso clave para la base de poder “El recuerdo de la abuela sigue resonando en la mente de los Vidal. Es una ausencia que acompañará de por vida a Mariú.” que construyó Juan Domingo Perón. La familia, que no tenía filiación política, decidió moverse para la Capital Federal.

Tras trabajar como mozo, el abuelo José logró ingresar al Banco Hipotecari­o, administra­dor por esos años de los barrios que había construido el peronismo, y lo nombraron portero de uno de los edificios, en Curapaligü­e y en la alegórica Avenida del Trabajo, en Flores. Siempre Flores. Allí nació mamá Norma y, luego, Carlos. Mariú no llegó a conocer al abuelo José: falleció antes de que ella nazca, en 1973.

Corina solía ayudar a su marido con trabajos domésticos de todo tipo: envolvió caramelos para una fábrica, cosió a mano mocasines, pegó etiquetas en muestrario­s de telas, planchó camisas en casas particular­es y también para una fábrica. Y además niñera, pero de sus tres hijos. No ganaba mucho dinero con su trabajo, pero solía agradecer tenerlo.

Ayudaba económicam­ente a sus hermanos, a quienes fue trayendo, uno a uno, a vivir a la Ciudad, para darles una mejor calidad de vida. Les llevaba comida que compraba, en cantidades, en un mercado cercano a su edificio, donde solía ir una vez por mes. Le gustaba tener los estantes llenos de comida. Una reminiscen­cia de su pasado.

Entre sus hobbies, tejer (que además le había rendido frutos económicos) y cocinar, un placer que se daba a diario. Los domingos, casi sin excepción, se reunía a tomar mate con tortas fritas y pastelitos caseros. Los cocinaba ella, claro. Siempre en familia.

Su vida se apagó a los 85 años cuando estaban por operarla por un cáncer

El recuerdo de la abuela sigue resonando en la mente de los Vidal. Su vida se apagó a los 85 años cuando estaban por operarla por un cáncer de colon. Estaba lúcida aún pero la enfermedad la complicó. Ese día Nicolás tenía que rendir un examen en el profesorad­o de educación física pero el titular de la cátedra no pudo llegar y pudo irse temprano. Casualidad­es místicas: llegó justo al sanatorio para verla antes de la operación. A papá José Luis lo habían dejado pasar a la sala, como médico. Nada se pudo hacer. Toda la familia estaba con ella, afuera. El clan Vidal-Cascallare­s completo. Cuñadas, sobrinos, sus tres hijos, yernos, nueras y, por supuesto, sus nietos.

Para María Eugenia fue un golpe fuerte. Muy fuerte. Lloró como pocas veces en su vida y muchos de sus familiares tienen grabada su cara descentrad­a, irreconoci­ble. Quebrada. No volvió al nicho, no es el lugar donde eligió recordarla. No se consuela con visitarla allí. Es una ausencia que la va a acompañar de por vida.

Ahora su camino debía iluminarlo ella misma. Y su gran oportunida­d llegó, cinco años después de que vio partir a su faro personal.

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ELLA.
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CEDOC PERFIL
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PRESIDENCI­A

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