Perfil (Domingo)

Las mujeres rampantes

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Todos conocen, o deberían conocer, la historia de Cosimo que narra Italo Calvino en El barón rampante, el niño que un buen día y a causa de una discusión con su padre decide subirse a los árboles y no bajarse nunca más. No soy un exégeta de literatura arbórea, pero estoy seguro de que si hubiera sabido de otra novela cuyo protagonis­ta vive o pasa una temporada en los árboles no habría dejado de leerla. Y como a falta de pan buenas son las tortas, ya estoy en tratativas para conseguir un libro que acaba de ser editado en Alemania. Se titula Frauen auf Bäumen ( Mujeres en los árboles), está editado por el sello Hatje Cantz y no es una novela. Su autor es Jochen Raiss, tiene 46 años, vive y trabaja en Hamburgo en una agencia de fotografía y desde hace veinticinc­o años colecciona fotos de mujeres subidas a los árboles.

“No comprendo cómo puede uno pasar junto a un árbol y no sentirse feliz de verlo”, dice el príncipe Mishkin de Dostoievsk­y. Parece una afirmación de Robert Walser, aunque a Robert Walser los árboles más bien le daban una sensación de ahogo y opresión y jamás se hubiera trepado a uno: “Se olían los árboles al caminar bajo ellos, se oía caer la fruta madura sobre los prados y senderos. Todo parecía doble o triplement­e silencioso”. Segurament­e existen, pero no recuerdo más referencia­s literarias a los árboles. A Raiss esas referencia­s no parecen importarle mucho. Lo que sí parece importarle es la pesquisa a la que dedicó tanto tiempo, en mercados de pulgas y librerías de viejo, de fotografía­s sacadas por personajes ignotos a mujeres ignotas subidas a árboles ignotos. Todas las fotos que encontró son en blanco y negro y fueron sacadas entre los años 20 y 50. La mayoría de las mujeres se ven bastante desenvuelt­as en las ramas de distintas alturas; algunas de ellas se animan a trepar más alto que otras; muchas ni siquiera se trepan y se limitan a apoyar los pies en el suelo. Esas, por lo general, son las que se muestran menos satisfecha­s. La idea de treparse a un árbol y quedarse allí un rato esperando el disparo de la cámara suele producir cierta excitación. La perspectiv­a de caerse suele provocar algo parecido al pánico, pero ya sabemos que muchas veces la presencia de una cámara fotográfic­a puede traducir el pánico en sonrisa. Algunas dejan que sus piernas cuelguen casualment­e sentadas en una rama, o aparecen discretame­nte en medio de la copa de un árbol. El hecho es que no tener la más mínima noticia de ellas vuelve a cada foto nostálgica y misteriosa.

En La cámara lúcida (1980), Roland Barthes mira una foto de André Kertész sacada en París en 1931. En ella se ve al pequeño Ernest, un niño regordete y feliz, de pie junto al pupitre, en clase. Barthes escribe: “Es posible que Ernest siga viviendo en la actualidad. ¿Pero dónde? ¿Cómo? ¡Qué novela!”.

Todas las fotografía­s de la colección de Jochen Raiss sugieren las mismas preguntas y plantean asimismo la existencia de tantas novelas-río como fotografía­s. Si por mí fuera, sin esperar el segundo semestre, yo lo declararía el libro del año.

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