Perfil (Domingo)

‘freak’ como pretexto

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MTorsiones imposibles –que sólo encuentran el límite en la extensión misma del lienzo– y animales elásticos. ientras ellos cantan y tararean, algunos en media lengua, todos se mueven con contorsion­es espásticas, “¡te aceptamos, eres una de las nuestras, gooba-gobble, gooba-gobble!”, un pequeñín recorre la tabla de la mesa y les da de beber de una copa enorme, haciendo las veces de una comunión profana. La mujer barbuda, las siamesas, el payaso, Hércules, la hermafrodi- ta, la sin brazos, el sin piernas están contentos y celebrando la unión de Hans, el enano, con Cleopatra, la trapecista. Todos ríen menos Frieda, la liliputien­se que parece una muñeca y está enamorada de Hans. La escena de borrachera, bacanal de bocas abiertas y babeantes, se corta al grito de “¡freaks!” que descarga la trapecista “normal” sobre todos ellos, al tiempo que se lo dice a ella misma, sin saberlo todavía. De esa manera, con ese aullido se sella no sólo la extraordin­aria película que Tod Browing filmó en 1932, sino la utilizació­n de esa palabra. Todo va a ser muy diferente, en términos de imaginació­n y semántica, después de Freaks.

Quien sí conoce esto es Daniel García, y con ese telón de fondo, con ese film y con los afiches que anunciaban estas atraccione­s, los Freak Shows en ferias y circos de Estados Unidos, se pone a pintar a sus acróbatas. Pinta esas imágenes de poses complicada­s, de cuerpos plegados y en posturas deformes en los límites de la tela. Allí los hace caber para dar comienzo a las rutinas de cada uno de ellos. Restringe el lugar a lo mínimo, en los pequeños cuadros; lo lleva a su máxima expresión, en los grandes formatos. En todo caso, transforma el reducto contenido en esos bastidores en una arena de experiment­ación.

Además de los acróbatas están los lobos. La exposición lleva los dos nombres: Acróbatas y lobos. Colgados juntos, en la galería Isabel Anchorena, los animales se humanizan. Su posición bípeda, en la mayoría de los casos, conjuga ese esfuerzo por la pirueta con la imitación de la postura por excelencia del hombre. La acrobacia de los lobos es volverse un poco humanos. La de los homínidos es volverse un poco monstruos, un tanto animales. En ese interstici­o, en la escena de pasaje, está la magia de la muestra. El primer truco, entonces, es que combina los dos mundos de modo tal que borra los límites de cada uno.

No sólo en las torsiones de miembros y troncos de las figuras García confirma que sabe cómo descompone­r el cuerpo humano, volverlo elástico y doblarlo hasta dejarlo listo para meter en un bolsillo, sino que en esa deriva formal, ir de lo aprendido en la figuración hasta las metamorfos­is de nuevas geometrías hay un recorrido sentimenta­l. La for-

La forma humana, presente en sus pinturas, nos atrae con una empatía singular

ma humana, tan presente en sus pinturas, nos atrae con una empatía singular.

Los colores de los trajes, esos amarillos, verdes y azules apagados, funcionan como una teoría emocional del color. Los fondos se raspan y desgastan no sólo para dar cuenta del paso del tiempo. También para dotarlos de cierta añoranza, de un cariño singular por esos objetos rescatados del tiempo y la memoria. Son cuadros para amar como lo hacemos con algunas personas y animales.

Algo extraño sucede con las piernas que nos envuelven en abrazos, giros que nos acarician, brazos que nos atraen para deslizarse por nuestros ojos y cerrarlos para llevarnos lejos. A un mundo de aceptacion­es, de equilibrio y buena convivenci­a. Donde seamos aceptados en nuestras diferencia­s y se cumpla, como en la película antes mencionada, que si herimos a uno lo estamos haciendo con todos. Porque si eso ocurre, ya sabemos que la venganza de los freaks es certera y despiadada.

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FOTOS: GALERIA ANCHORENA
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