Mundo de historias sencillas
La permanencia en lo negativo
Mis chistes, mi filosofía, Pedir lo imposible, El año que soñamos peligrosamente, La música de Eros, En defensa de las causas perdidas La permanencia en lo negativo es uno de los primeros libros de Slavoj Zizek, que Ediciones Godot acaba de publicar por primera vez en español. Se trata de un extenso ensayo en que, como es usual, se pasan por la máquina lacaniana algunos problemas históricos de la filosofía a partir de ejemplos tomados de la cultura popular, sobre todo del cine y, más precisamente, del cine de ciencia ficción, elección que no debería extrañar a nadie, ya que se trata de un género al que –como dijo Capanna en su momento– no le importan tanto las vicisitudes del dasein como la Idea, no tanto el hombre como individuo como el devenir del hombre en tanto especie: digamos que lo que en definitiva lo vuelve particularmente interesante para un filóso- fo es lo mismo por lo que ciertos hombres de letras lo consideran un “género menor”.
En este caso, Zizek parte de una obra de Philip Dick: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que le sirve para analizar el problema de la conciencia de sí, o conciencia autorreflexiva, y se pregunta si hay alguna forma de probar que somos humanos y no replicantes, como el memorable Deckard.
La cuestión, naturalmente, lo lleva al cogito cartesiano, y de ahí rápidamente a la crítica que le hace Kant, que no acepta la idea de una res cogitans que pueda (auto) conocerse y postula en cambio un “sujeto de la apercepción trascendental”, que no puede volverse transparente a sí mismo, es decir, no puede conocerse más que como “yo empírico”, a nivel fenoménico. Todo, por supuesto, termina en Lacan, que produce un giro al definir la conciencia de sí como “un objeto externo fuera de mi alcance”.
A partir de allí el filósofo esloveno continúa abordando –siempre desde Lacan, claro– otros problemas filosóficos, sobre todo de la obra de Hegel y Kant, como el de necesidad-contingencia, formacontenido. Pero tal vez lo más interesante esté en las últimas páginas, cuando utiliza algunos de los análisis y conceptos anteriores para pensar el capitalismo, cuyo estado normal, dice, es “la constante producción de un exceso”, lo que lo acerca al discurso de la histeria del que habló Lacan: así como, en el histérico, la aparente satisfacción de un deseo “sólo amplía la brecha de su insatisfacción”, en el capitalismo el aumento de la producción “para satisfacer la falta sólo amplía la falta”. Y esa condición, exacerbada en gobiernos liberales, produce en ciertos casos (Zizek se refiere a Europa del Este, pero no es difícil verlo también en Argentina) las condiciones para la irrupción del fascismo, o ese populismo que tiene la ilusión de “regular el exceso” estructural del capitalismo y la fantasía del acceso directo a la Cosa Nacional. Cosa que, por cierto, el filósofo esloveno no define como algo meramente performativo, efecto del discurso (no quiere, por supuesto, que lo confundan con uno de los tantos filósofos “neosofistas” y, en consecuencia y con mucha humildad, se piensa como alguien análogo, en ese sentido, a Platón), sino a partir de un concepto psicoanalítico que le brinda densidad o “coherencia ontológica”: el goce.
Para Zizek, la Causa Nacional no es más que la forma en que los sujetos organizan su goce a través de los mitos nacionales