Hoy: ‘Mescalito’, de Hunter S. Thompson
Roberto Arlt practicaba con sobriedad el periodismo gonzo en los años 30 del siglo pasado. O lo practicó al menos una vez, aquella en la que quedó inmortalizado por el fotógrafo que lo acompañó en un procedimiento policial en el que Arlt interviene con su cuerpo. El gonzo, en términos generales, es la experiencia de estar para escribir. Lo supo en carne propia Hunter S. Thompson (Louisville, 1937 - tiro en la cabeza, 2005) mucho después que sus precursores sudamericanos, cuando decidió escribir crónicas sin dejar de drogarse a baldes.
Si Thompson fue más o menos descerebrado que la representación que hizo de él Jonnhy Depp en Miedo y asco en Las Vegas, la película de Terry Gilliam basada en la novela ilustrada del propio Thompson y Ralph Steadman que se publicó en 1971 como gran cosa, no podemos saberlo. Lo cierto es que se trató de una novela de nicho y Thompson, del orto como estaba, tal vez no alcanzó a comprender en qué medida sus experimentos contraculturales fueron condescendientes con la expansión de un mercado –el de la palabra escrita– que cada tanto se atasca para volver a rodar con alguna novedad espontánea o de diseño.
Los méritos del género deben asociarse al vitalismo de laboratorio, en la línea de los de Carlos Castaneda pero en su desprendimiento citadino. Allí donde el desierto y el peyote hacen su agosto, en los textos de Thompson se consumen farmacias completas, con todas sus drogas, sus balanzas, sus farmacéuticos, etc. Los deméritos se concentran, justamente, en el fetichismo de estar, cosa que la literatura nunca necesitó para aprovechar sus oportunidades.
Mescalito (1991), de Hunter S. Thompson, es la reunión de tres textos muy celebrados que Emecé publicó en 2007: Mescalito, Muerte de un poeta y Screwjack. El pequeño libro, que cabe en una mano, condensa y solidifica el sistema de Thompson. En Mescalito, se lee: “Dios, las 6:45 y la mescalina ya se ha apoderado seriamente de mí. La carcasa metálica de la máquina de escribir ha virado de un verde opaco a una especie de azul fluorescente”. ¿Y? ¿Cuál es la gracia? Para darle todavía más referencias endogámicas al experimento, Thompson lo compara con tomar un ácido. Como si se estuviera sometiendo a un ecodoppler, una máquina registra las reacciones del cuerpo. Lo que queda es una historia clínica, mucho menos que lo que podía obtenerse diez años antes del cut-up William Burroughs.
En Muerte de un poeta se cuenta la historia de un hombre que quiere matar a la esposa y se suicida con un tiro en el paladar. Screwjack es el relato de un hombre y la pasión enfermiza por su mascota. Eso es todo. Quizás falte decir que estos textos no son cuentos ni crónicas, sino alucinaciones. Las alucinaciones inducidas por una mente racional que encontró en la experiencia extrema un trabajo fijo.
Y sin embargo es tan poco lo que pasa, tan trillado es el reporte del infierno, que todo el impacto que pudo haber ocasionado en el lector desprevenido hoy se ve rancio, demasiado atado una época de snobismo hardcore donde la percepción puede confundirse con la catatonia.