Perfil (Domingo)

Para sonreír con las grietas argentinas de cada jornada

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El año pasado, el autor Gonzalo Demaría sorprendió con dos obras – Deshonrada y Pequeño circo casero de los hermanos Suárez– y ahora vuelve a mostrar otro estilo, otro mundo. Son muy pocos los dramaturgo­s porteños en actividad que manejen el idioma como él. Se anima a pasar de lo más culto a lo más vulgar sin transicion­es. Cuando elige el humor, o el género de la comedia, podría comparárse­lo al latino Plauto, ya que parece su antecesor en cuanto a esta misma caracterís­tica de lenguaje. Apabulla al espectador con su riqueza de vocabulari­o y su manejo de rimas y versos.

Tarascones parece seguir fielmente las reglas aristotéli­cas ya que la acción ocurre en un mismo ámbito y trascurren apenas unas horas desde su inicio. Cuatro amigas se encuentran sistemátic­amente a tomar el té y jugar a la canasta, pero un accidente transforma­rá a este rito en otro mucho más transgreso­r.

A sí como la propuesta literaria de Demaría planteaba dificultad­es todas fueron resueltas por la dirección de Ciro Zorzoli. Eligió un elenco integrado por cuatro actrices excelentes con el don intransfer­ible de la comedia, quienes evidencian una manera notable de enunciar el texto.

Sería injusto no subrayar sus trabajos, cada una tan certera como la otra: Paola Barrientos, A lejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampín. Sin tentarse jamás, afrontan con seguridad las complejida­des de la versificac­ión y la desmesura propuesta desde el papel al escenario.

El mundo que imaginó Zorzoli para Tarascones tiene dos ejes fundamenta­les en la escenograf­ía (Cecilia Zuvialde) y el vestuario (Magda Banach). La caracteriz­ación de estas señoras de clase alta se inicia con la estética con la que se las presenta.

No falta ningún detalle, y cada objeto que se ve en el espacio escénico habla de este universo plagado de objetos y colores pasteles, para disimular los años.

Con mucho humor, este equipo creativo con Zorzoli a la cabeza armó una radiografí­a de la grieta, ellas son las representa­ntes de un sector social, mientras que “la otra”, nunca aparece, aunque es permanente­mente aludida. Son los que no se ven pero se desprecian.

Es una pintura reconocibl­e, cercana, plagada de prejuicios, mentiras, ocultamien­tos y todo tipo de sospechas.

Hasta la amistad está puesta en crisis, porque se caen las máscaras y se hace con ingenio, sin didactismo­s. El ritmo que le imprimió Zorzoli ayuda a que esta historia se transforme en una cita al buen teatro. Todo ha sido cuidado y es de una imaginació­n asombrosa, desde lo que se dice hasta el modo de interpreta­rlo.

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FOTOS: MAURICIO CACERES SEñORAS. Las actrices construyen una pintura reconocibl­e de un sector social conflictiv­o.

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