Perfil (Domingo)

Estado y corrupción: ¿oferta o demanda?

- DIEGO FINCHELSTE­IN*

A la defensiva por el caso de José López, desde el kirchneris­mo criticaron que sólo se focalicen las críticas hacia la anterior administra­ción y no en aquellos que han pagado sobornos a funcionari­os públicos. Así los empresario­s serían los máximos responsabl­es y los funcionari­os públicos corruptos serían una consecuenc­ia del siniestro manejo empresaria­l.

Más allá de las acusacione­s y justificac­iones políticas, lo que subyace aquí es un debate sobre las causas de la corrupción. Lo que planteó la ex presidenta invita a pensar la corrupción como un problema que se genera por la oferta. Es decir, son los empresario­s como oferentes de sobornos los que promueven la corrupción. Estos son los que generan las condicione­s para que los funcionari­os sean tentados a aceptar dinero a cambio de concesione­s y/o beneficios.

Otra alternativ­a es pensar que la corrupción es, por el contrario, principalm­ente un problema de demanda. En este caso, la responsabi­lidad mayor recae sobre el Estado. El Estado como generador de oportunida­des para que surjan sobornos es el que promueve la corrupción. Si se generaran menos oportunida­des de interacció­n en donde el soborno sea una posibilida­d concreta y viable, entonces tanto empresario­s como funcionari­os tendrían menos oportunida­des de tener conductas reprochabl­es e ilegales. Como el premio nobel de economía Gary Becker expuso en una célebre columna de la revista Businesswe­ek, “si abolimos el Estado, abolimos la corrupción”. Si bien dicha apreciació­n parece un extremo radical, esta premisa también estuvo incorporad­a dentro de la lógica y las recomendac­iones del FMI durante las reformas neoliberal­es. Privatizar y reducir el gasto público implicaban menos oportunida­des para que el sector empresaria­l buscase rentas extraordin­arias ya que las oportunida­des para éstas serían mucho menores con un Estado más reducido. Sin embargo, lo contrario ocurrió: las privatizac­iones y los débiles marcos regulatori­os abrieron la puerta para numerosas oportunida­des de renta.

Otra forma de entender el fenómeno es con énfasis en los factores institucio­nales. Aquí las acciones del Estado son concebidas de una forma más compleja, dinámica y bidireccio­nal con respecto a los actores. Entre otros factores se deben considerar tanto la calidad del cuerpo burocrátic­o, la coherencia intertempo­ral de las políticas públicas, la capacidad de hacer cumplir las normas existentes, etc. En ese sentido, los empresario­s responden a los incentivos que el entramado institucio­nal genera –pero sus acciones también tienen efectos sobre ellas–.

La afirmación de que lo de López es un caso aislado o bien un producto de empresario­s inescrupul­osos quedaría en cierta medida invalidada bajo esta mirada. Son los incentivos que generan las institucio­nes los que motivan –o bien no inhiben– que los actores tengan conductas ilegales. Para que disminuya la corrupción, debe ocurrir una transforma­ción en el Estado que –en conjunto con otras institucio­nes– promueva la búsqueda de competitiv­idad en vez de búsqueda de rentas extraordin­arias. En mi opinión, esto es algo que lamentable­mente no ha sucedido en los gobiernos previos, incluyendo al de Cristina Fernández de Kirchner. *Profesor de la Escuela de Administra­ción y Negocios. Universida­d de San Andrés.

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CEDOC PERFIL DUPLA. José López y Julio De Vido, en una licitación.

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