1816, o la revolución que dio la burguesía
Una mirada revulsiva sobre la historia del Congreso de hace 200 años, que subraya las contradicciones de clase detrás del proceso de independencia. Por qué Rosas prefería Tucumán a la Plaza de Mayo.
Juan Manuel de Rosas era un hombre poco aficionado a las revueltas, sobre todo a l as ajenas. Era un hombre de orden. O mejor dicho, llamado a poner orden, que no es lo mismo. Aunque, en última instancia, debía su lugar a la revolución de 1810, simpatizaba muy poco con sus festejos. Esas fiestas cívicas (así se llamaban) eran el escenario en donde el pueblo que él debía domar se largaba a la calle a recordar un levantamiento popular contra las autoridades, las leyes, los dueños de las grandes fortunas y todo lo que se creía sagrado. Un recuerdo ciertamente peligroso.
Por eso, el Restaurador de las Leyes decidió impulsar otro festejo, que compitiese con el que no podía desterrar. Nace así el 9 de julio como la otra fecha suprema (que hasta entonces, tenía un lugar menor). Poco importaba que ese congreso hubiera representado sólo a unas pocas provincias en medio de una guerra civil. Tampoco que ese congreso hubiese fracasado en imponer una Constitución (la de 1819). Era necesaria una nueva fecha y punto. Sus continuadores, desde Caseros a la generación del 80, no dejaron de continuar con esa tradición. Es que la Independencia tenía (y tiene hoy día) una serie de ventajas invaluables para los hombres del orden. No hay tumultos, no hay violencias, no hay gente en la calle ni enemigos a la vista. Los cambios aparecen como la consecuencia de la reunión y el amigable consenso de hombres de riqueza y buena familia. Puede haber diferencias, pero se solucionan conversando. La conclusión es que, para realizar grandes cambios, no hay que salir a la calle, basta con
La independencia tenía (y tiene hoy día) una serie de ventajas invaluables para los hombres del orden. no hay tumultos, no hay violencias, ni hay gente en las calles