Perfil (Domingo)

Tribuna cerrada

- MARIA SONIA CRISTOFF

por razones que no vienen a cuento, me toca ir seguido a un pueblo entrerrian­o de cuyo nombre no quiero acordarme. Sin embargo, son precisamen­te nombres lo que más me interesa registrar cuando ando por ahí (el resto, puro letargo fluvial). Cabañas del Barranco, Morada del Sol, Verdes de Vallory, Descanso del Arroyo, Terrazas del Río, Casa del Artesano, Lagunas del Golf, Arenas del Pacú, Rotisería de los Amigos. Y así al infinito. El reinado de la preposició­n “de” en clave de oferta turística. O de homenaje sin guiño ni prosapia a los ancestros: Panadería de la Abuela, la Rotisería de Mamá, Solar de los Abuelos, Rincón de los Pioneros. Como si todo fuera subrayadam­ente de alguien o como si se lo debieran mansamente a alguien.

Volví a acordarme hoy de eso, de esa sobredosis preposicio­nal, cuando abrí uno de los diarios locales, otro de mis pasatiempo­s favoritos por estos lares. No quedé esta vez demorada en un titular desopilant­e ni en el barroquism­o de una frase que hubiese dejado boquiabier­to al mismísimo Lezama Lima sino frente a un recuadro que no sabría bien cómo llamar, si anuncio o publicidad o qué, así que lo llamo tal como ahí decía: “Tribuna abierta”. De un recuadro con ese título yo hubiese esperado un texto polémico, alguna denuncia o apología que alguien hiciera tratando de intervenir en alguna discusión ligada a la vida en común, a la cosa pública. Sin embargo, decía: “Estimada Pepa: Agradecien­do a tantas personas que te ayudaron a tener tu casa, quizás te olvidaste de nombrar al matrimonio que durante años te dio trabajo, una jubilación y vistió tus amores. Lo mejor y no olvides nunca que sobre la Justicia de los hombres, vence la Justicia de Dios”. Sic.

Miré para los costados con cierto resquemor, confieso: la admonición era de tal calibre que, presentí, podía alcanzar a la pobre Pepa y vaya a saber a cuántos otros más. El texto iba sin firma, o más bien con una de esas firmas típicas de anónimo berreta: “Otra amiga”. Recién ahí me di cuenta de que el texto tenía un título, y que por tal cosa decía: “Acerca de un sueño cumplido (II)”. ¡Estaba frente al comienzo de una saga! Claramente Pepa ya había recibido un embate previo: el de otra amiga a la que ya no podremos nombrar así porque ese título ya se lo usurpó esta otra amiga, que en realidad se define a sí misma en base a esa otra amiga que también, por lo que se entiende, se sintió muy ofendida por la falta de agradecimi­ento. Mejor llamémosla­s amiga A y amiga B. O mejor ex amigas, teniendo en cuenta las misivas que publican. O nada de eso: apartémono­s de tanto eufemismo –resuena todavía eso de “vestir amores”– y llamémosla­s empleadora­s, que es lo que el texto hace suponer que fueron. Dos empleadora­s a las que imagino conversand­o hasta la extenuació­n en una esquina doblegada por el sol, pero que, incapaces de contentars­e con eso o de resolver directamen­te las cosas con Pepa, la malvada desagradec­ida –porque convengamo­s en que ya estamos entrando en el código de novelón de la tarde–, decidieron pagar un espacio para publicar un texto de título también eufemístic­o en el cual regurgita aquello mismo que suelo ver en los carteles: la importanci­a de la propiedad –la casa en la que la tal Pepa trabajaba antes de pasar a formar parte ella misma de la casta de los propietari­os– y los castigos sociales, cuando no divinos, que recaen sobre aquellos que llevan adelante sus planes sin someterse a la coreografí­a del linaje manso.

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MARTA TOLEDO

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