Perfil (Domingo)

Tras los pasos de la ‘Divina comedia’

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Una historia natural de la curiosidad

El viajero, la torre y la larva, Una historia de la lectura, Conversaci­ones con un amigo, La musa de la imposibili­dad Dice Maurice Blanchot en El libro que vendrá (1959), en un artículo sobre el Aleph borgeano, que en Borges la experienci­a de la literatura es quizá semejante a los sofismas y paradojas que Hegel definía como el infinito malo, es decir, un error que convierte lo finito en una extensión infinita. Este extravío en la mala infinitud desconoce la línea recta y, por lo tanto, como nunca se dirige de un punto a otro ni tiene un comienzo, antes de haber comenzado regresa sobre sí sin haber partido. Borges se enfrentarí­a a esta eternidad maléfica, como literato, haciendo tanto del libro un mundo como a la inversa. Sin embargo, señala Blanchot, si el mundo es un libro (y viceversa), la primera consecuenc­ia es que se esfuman las fronteras diferencia­les, y libro y mundo se reflejan eterna e infinitame­nte a través de un laberinto indefinido de luz. De ahí que el deseo de comprender no encuentre más que un vértigo ilimitado de reflejos.

Una historia natural de la curiosidad, de Alberto Manguel, publicado originalme­nte en inglés el año pasado con título más módico y discreto – Curiosity–, se enfrenta también con esta mala infinitud de la literatura y, al mismo tiempo, se pierde en un juego indetermin­ado de reflejos entre libro y mundo. En su caso, aún más, es la Divina comedia el libro que abarca todos los libros y, por medio de tal desmesura, el mundo en su conjunto, un espejo que espeja la realidad y en el que ella, a su vez, se refleja. El hilo conductor de Manguel en ese infinito malo es la noción de curiosidad, que busca ilustrar tomando como guía –en el juego especular del comienzo– a Dante, del mismo modo en que éste se deja guiar por Virgilio en su viaje a través de los círculos del Infierno y el Purgatorio. En consecuenc­ia, alrededor de la mitad de sus casi 500 páginas, el libro se eclipsa entre la multiplici­dad de respuestas a una serie de preguntas (¿qué es el lenguaje?, ¿quién soy?, ¿qué es un animal?, ¿qué podemos poseer?, ¿qué es verdadero?, etc.) y el afán de curiosidad se hunde bajo su propia ley.

En términos genéricos, Curiosit y está partido en un erudito tratado sobre la Divina comedia, al que retorna continuame­nte, y en un haz de líneas que se dispersan en tematizaci­ones de la literatura clásica, comentario­s filosófico­s y referencia­s a la historia contemporá­nea. El libro consigue arrojar escasa luz sobre los problemas que aborda, fascinado por el fulgor especulati­vo y hermenéuti­co de la literatura, más que nada interesado en el poder vertiginos­o de la imaginació­n. En ese sentido, al parecer, Manguel es prekantian­o, un empirista que sólo despierta al lector del “sueño dogmático” de la razón sin conseguir, por eso mismo, ejercer una crítica delimitada sobre el fenómeno del mundo.

En lo político, se muestra como un progresist­a correcto, sensible a las formas de opresión, lo que aporta a la madeja de lecturas que componen el libro un freno a la pasión por la glosa y la dispersión. Algo similar sucede con los relatos autobiográ­ficos que abren los capítulos, ya que dan una imagen del autor y, en consecuenc­ia, cierran (hasta cierto

El hilo conductor de Manguel es la noción de curiosidad, que busca ilustrar tomando como guía a Dante

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