Perfil (Domingo)

El Evangelio según el Conurbano

- DANIEL BILOTTA*

La consagraci­ón de un Papa argentino es un imprevisto del mito que Iglesia y peronismo se encargaron de alimentar desde mitad del siglo XX. La concordia en acción y valores de dos creencias que predominar­on en amplias mayorías populares. Se trata de un tabú de la historia. Mantuviero­n siempre una relación tensa con picos de turbulenci­a a partir de 1955 y hasta 1976: ciclo signado por cooptación y enfrentami­entos ideológico­s entre uno y otro, enmascarad­o detrás de las tinieblas que cuesta disipar para un debate profundo del marco previo y del desarrollo de la última y más sangrienta dictadura militar.

Antes que como coincidenc­ia fortuita, la aparición del movimiento evangélico tras el derrocamie­nto del gobierno constituci­onal de Isabel Perón merece ser analizada como una reacción sintomátic­a a la suspensión del ejercicio de los derechos inmediatos que asisten en democracia a la ciudadanía. Los de opinión, reunión y asociación cuya caída se relaciona con el derrumbe del andamiaje insti- tucional que va de partidos políticos y sindicatos a simples clubes y asociacion­es barriales.

Carlos Annacondia, uno de los cuatro pastores pentecosta­les cuyo reconocimi­ento como líder religioso adquirió escala mundial, inició en 1979 esa prédica en el límite de los distritos de Temperley y Quilmes. Hasta entonces había oficiado de diácono de la Iglesia Católica, clave en la prohibició­n de las emisiones radiales de Mensaje de salvación, el programa que debió conducir desde estaciones uruguayas.

Dentro de la relación pendular entre las jerarquías católica y peronista, el acercamien­to ocurre cuando el PJ está fuera del poder. Lo que vuelve más inquietant­e el desafío que plantea a los dos por igual el evangelism­o que avanza desde las periferias hacia los centros de la región del Conurbano, donde los colegios del culto reemplazan en forma progresiva a los templos como expresión y espacios de difusión y práctica religiosa.

Una transforma­ción que pone en crisis la organizaci­ón de las Diócesis y Arquidióce­sis de las que no dependen las institucio­nes educativas. Especialme­nte por la autonomía económica de la que gozan. Aspecto que las obliga a mejorar la oferta de un rubro muy competitiv­o y al que deben adecuarse: la doctrina se convierte ahí en una variable más del mercado. Con reminiscen­cias de déjà vú, la reaparició­n de los curas villeros es un intento tardío de reversión del fenómeno que no escapa al conflicto ideológico de los años 70 que puso fin a esa experienci­a.

Sustentada por una necesidad mutua, la alianza con el Movimiento Evita se compensa con otro eslabón. La Confederac­ión de Trabajador­es de la Economía Popular (Cetep) de Juan Grabois, cercano colaborado­r del Papa e hijo de Roberto “Pajarito” Grabois y Matilde Menéndez. Fundadores de la organizaci­ón de derecha Guardia de Hierro con la que simpatizó Bergoglio cuando era un simple sacerdote.

Pero hay otras dos razones concretas del predominio evangélico en las zonas más carenciada­s: la eficacia del método aplicado en la lucha contra las adicciones en colaboraci­ón con instancias estatales pero sin su ayuda material y el espíritu federativo que predomina en su organizaci­ón más emparentad­o con la filosofía política de los Estados Unidos que con la de América Latina. Las conferenci­as sobre adicciones del emblemátic­o padre Pepe en municipios gobernados por los intendente­s del grupo Esmeralda se inscriben en este contexto.

La oposición al fin del paradigma intervenci­onista es la aparente gran coincidenc­ia de la Iglesia y la representa­ción política del último gobierno peronista bajo el argumento de que desprotege a los más necesitado­s. Podría tratarse de una respuesta articulada de urgencia: es latente el temor a un cambio inspirado en una demanda social que no tenga de protagonis­tas a quienes reivindica­n para sí la capacidad de ponerlos en marcha. *Periodista.

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