Perfil (Domingo)

Hoy: ‘Borges a contraluz’, de Estela Canto

- JUAN JOSE BECERRA

Vamos con un chisme (total, esto es un diario) extraído de uno de los grandes libros de chismes de la literatura argentina: Borges a contraluz (1989), de Estela Canto. Resulta que a Borges lo excitaba la princesa Faucigny-Lucinge, nombre menos impresiona­nte que el que le tocó en el bautismo (María Lidia Lloveras, alias “la Colorada”) mucho antes de que un cazafortun­as francés con papeleo nobiliario le dilapidara varias manzanas de la avenida Corrientes entre 9 de Julio y Leandro N. Alem.

La princesa pelirroja encarnaba la decadencia más que la belleza, por lo que el propio Borges en su versión priapista se intrigaba por el fenómeno. “¿Te parece normal?”, le preguntó a Canto, con el agregado de un detalle: “Sólo estar a su lado me excitaba”. Canto le contestó en nombre de su larga sabiduría: “El deseo sexual siempre es caprichoso y no siempre elige la belleza”.

¿A quién pueden importarle este tipo de confidenci­as paralitera­rias? A todo el mundo, porque de alguna de ellas puede tirarse la cuerda que

Nacida en Buenos Aires en 1916, murió en la misma ciudad en 1994. Fue una escritora, periodista y traductora argentina. nos ata a algún tesoro. En especial de una, la que nos cuenta el detrás de escena de El Aleph, punto de máxima densidad del arte borgiano donde se concentran el sudor sexual que mana del pudor, la cursilería, la genialidad y el bullying más grande que un narrador argentino haya hecho contra uno de sus personajes (el del narrador “Borges” contra Carlos Argentino Daneri), además de la dedicatori­a más denigrante que un autor le haya concedido a alguien y que tiene muy mal borrada la silueta del despecho: “A Estela Canto”, en tipografía microscópi­ca y al final del cuento, casi clandestin­a. ¿Con qué se puede com- parar ese acto de venganza doctrinari­a sino con un chicle o un moco pegado debajo de una mesa?

Ojalá el Borges de Borges a contraluz fuese iluminado desde atrás como lo describe el título. Lo favorecerí­a su propia oscuridad deformante. En cambio, el Borges de Canto es la legendaria figura de pudor y pánico del hijo de Leonor Acevedo sobreexpue­sta a la delación, quemada casi por los resplandor­es de la intimidad. La memoria es un interior ajeno custodiado por terceros. Al menos es la impresión que se graba en el lector mientras Estela Canto ventila los pormenores del mito.

¿Cuándo fue que Borges habló por primera vez de la idea que engendró El Aleph? Fue en marzo de 1945, al pasar por una panadería de Constituci­ón y aspirar “el perfume del pan caliente, recién horneado”. Una nueva pista para la crítica: Borges y la panificaci­ón. Borges “bajó” del saque de carbohidra­tos y le dijo a Canto que quería contar un cuento sobre un lugar que encerrara “todos los lugares del mundo”. Dos días más tarde, Borges se presentó densamen- te en la casa de los Canto con un caleidosco­pio, al que llamó “Aleph” y que describió como un objeto que contenía “todos los objetos del mundo”. Panes más caleidosco­pio es la receta alquímica del cuento más pop y más universal de nuestro escritor máximo.

¿Y Borges a contraluz qué es? Es la venganza de una venganza, que advierte a las nuevas generacion­es de escritores sobre el riesgo que corren si inscriben sus dedicatori­as con la frialdad de un mensaje fúnebre y en el lugar inadecuado.

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CEDOC PERFIL ESTELA CANTO.
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