Las siete viudas que deja Fidel Castro en América Latina
La muer te de Fidel Castro ha dejado siete viudas desconsoladas. No hay quien pueda mitigarles la tristeza. Lloran, gimotean, se dan golpes de pecho, claman al cielo. Lo mismo sollozan histéricamente que terminan hipando sin remedio. Han perdido al hombre que daba sentido a sus vidas desdichadas. Se les ha marchado el macho que las sedujo, embelesó y desfloró políticamente. Las amaba desdeñosamente, casi como haciéndoles el favor. Las conoció cuando eran doncellas bobas, ingenuas, frívolas, y las convirtió en hembras tremendamente envanecidas y codiciosas. Todo lo que son, todo lo que tienen, se lo deben a él, su marido gruñón, su jefe benefactor. ¿Qué será de ellas, ahora que ya no está el truchimán que les daba órdenes? ¿Podrán rehacer sus vidas sin el gallo de pelea que las pisaba como si fueran aves de corral?
La más fea de las viudas es la venezolana. Es fea sin atenuantes y ella lo sabe. Bigotuda, corcovada, mofletes hinchados, abdomen prominente, pies chuecos, paso elefantiásico, mirada adusta, la viuda venezolana, de nombre Nicolasa, se dice que nacida en ciudad colombiana, es la más desgraciada de todas porque nadie la quiere, nadie de- sea cultivar su amistad, todas la evitan como si fuera la peste bubónica: no la quiso su primer marido, Hugo Rafael, que la trataba despóticamente, como si fuera su criada; no la quiere nadie en su familia, ni en su barrio, ni en general en su país, al borde del caos y en permanentes riñas; se ríen de ella cuando habla porque trata de hacerse la graciosa, la ocurrente, imitando a su primer marido, ya fallecido, pero su lenguaje es torpe, oscuro, embrollado, un galimatías, y termina haciendo el ridículo; y las otras viudas se alejan de ella porque cuando habla se llena de una baba espumosa, no se sabe si además ponzoñosa, y echa unos salivazos que provocan repugnancia entre quienes fingen ser sus amigas pero, en realidad, despotrican de ella. No solamente es la más fea: también es la más infeliz, la malquerida, porque nadie quiere hablar con ella. Dicen que trae mala suerte. A sus espaldas le llaman la Araña, la Tarántula, la Viuda Negra. Tiene un amante gordo y pistolero llamado Diosdado, que se pasa el día tragando arepas y cachapas y remojándolas con whisky de contrabando. Diosdado es tan malo, tan malevo, tan maluco, que a su lado el Diablo parece