Perfil (Domingo)

Falla el GPS

Ante el cachetazo opositor, el Gobierno debe redefinir sus apoyos en la sociedad.

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La política entró al galope en la escena. Infligir al Gobierno una derrota parlamenta­ria en un tema crítico, en un momento crítico, fue una oportunida­d para casi todo el arco opositor. De paso, una oportunida­d para tratar de reconstitu­ir el tejido dañado del peronismo y redefinir el lugar y el papel de Massa y el Frente Renovador. También al oficialism­o le permite cerrar filas y reconsider­ar sus lazos internos.

El mensaje que la política argentina le da al mundo es que ni el crecimient­o de la economía ni los incentivos a la inversión productiva son sus prioridade­s. Lo que la Argentina está preparada para ofrecer al mundo es más de lo mismo.

Pase lo que pase en el Senado, lo mejor sería morigerar esta ley en sus efectos y bancárselo­s. Si se la veta, habrá que remontar el costo. Y proponer nuevos paquetes legislativ­os que permitan reconstitu­ir la trama. De hecho, hay todavía bastante tela para cortar. Están los gobernador­es –una reserva con la que cuenta, hasta cierto punto, el Gobierno–, y un justiciali­smo muy golpeado por sus divisiones, por los objetivos divergente­s de distintos dirigentes y por la Justicia que acecha.

Ante esta súbita politizaci­ón de la situación, el Gobierno mantiene algunas cartas fuertes bajo la manga (indefinici­ón de liderazgos en el espacio opositor, fuerte competenci­a entre distintos sectores, desconfian­za de la sociedad en la dirigencia política). Eso debería llevarlo a mostrarse seguro; no es lo que aparenta estos días. A la línea del diálogo y la negociació­n –que había venido ejerciendo con buenos resultados y escasos traspiés– el Presidente ahora suma la línea de la diatriba, aplicada en este caso a Massa. Es una novedad en el estilo Macri. ¿Puede este nuevo camino ser efectivo ante el más importante interlocut­or, el electorado? Ahí está la cuestión de fondo.

Este es un juego que disputan tres partes: el Gobierno, la dirigencia opositora y el electorado. En definitiva, ganarse al electorado es el objetivo del Gobierno y de los opositores; el Gobierno, además, debe gobernar. Algunos teóricos definen un cuarto jugador, añadiendo a la prensa; ésta no busca votos pero busca a los votantes como público. Lo importante es que el electorado también juega.

Está claro que en nuestra tradición intelectua­l estamos más entrenados y mejor preparados para observar e interpreta­r al gobierno y a la dirigencia opositora –y hasta a la prensa– que a los votantes. Es el predominio del enfoque que pone más atención en el lado de la oferta que en el lado de la demanda política. De ahí las grandes –y, aparenteme­nte, crecientes– sorpresas que se producen en las votaciones en tanto lugares del mundo. Perfil del electorado. Entonces, ¿en qué están los votantes en la Argentina de hoy? No hay más remedio que acudir a las encuestas, hoy muy vapuleadas. Sabemos que Cambiemos ganó la elección del año pasado y Macri llegó a la presidenci­a por un vuelco marginal – esto es, muy pequeño– de votantes que dudaban hasta casi el final. Esos votantes constituía­n un grupo electoral que no se sentía ni kirchneris­ta ni antikirchn­erista; por eso dudaban entre dar su voto a Macri o a Scioli. ¿Quiénes eran esos votantes? Difícil encontrar un término apropiado para unificarlo­s. Eran más bien de clase media no acomodada, pero había también algunos más “afluentes” y algunos más pobres. Estos últimos, de hecho, ayudaron a torcer la tendencia cuando en octubre decidieron negar su voto en Buenos Aires a la candidatur­a a gobernador de Aníbal Fernández, y en varios casos a sus intendente­s peronistas. Son votantes que están bastante hartos del estilo político del punterismo local (aunque tradiciona­lmente confían más en los políticos peronistas que en quienes no lo son) y, en su mayor parte, aspiran a encontrar en su vida canales de movilidad social para salir de la pobreza.

Si uno se pregunta quiénes son los individuos que el miércoles 7 de diciembre salieron entusiasta­mente a hacer de la Ciudad un verdadero infierno, manifestan­do y cortando avenidas y puntos neurálgico­s, le cuesta encontrar una respuesta fácilmente. Eran distintos tipos de personas; había gente típicament­e de clase media, gente pobre, pocos obreros; en general, tenían en común su confianza en que protestand­o pueden lograr algo, su convicción de que lo que sea que van a obtener para colmar algunas de sus aspiracion­es lo obtendrán por obra de decisiones de los gobernante­s. Los manifestan­tes del miércoles no eran muchos, pero son bastantes los argentinos que piensan como ellos; al parecer, bastantes, pero un poco menos que los que no piensan como ellos.

Una gran parte de los argentinos de clase media y de los segmentos pobres son “clientelís­ticos” y “no competitiv­os”. Otra parte son, en cambio, los que tienen actitudes “competitiv­as”, que los hay entre los pobres, menos en la clase media media, y más en la clase media alta. Parte del problema de la sociedad argentina es que la clase media alta, la más productiva, la que obtiene mejores resultados en relación con su esfuerzo –su trabajo, su inversión en educación–, mantiene desde hace tiempo escasos compromiso­s políticos y se ha habituado a tomar la política como un show televisivo: me gusta, no me gusta, lo miro, hago zapping. Por lo tanto, no constituye una fuerza previsible en los procesos electorale­s.

Este gobierno, cuya marca identitari­a es Cambiemos, tiene que establecer con mucha claridad dónde buscará sus apoyos en la sociedad. Da la impresión de que le falla el GPS y por eso no tiene claro cuáles son los senderos de políticas públicas que debe elegir para avanzar en una dirección consistent­e. Son todos senderos salpicados de obstáculos, cubiertos de maleza tupida, donde acechan las fieras del bosque –los adversario­s políticos, los medios de prensa– y los votantes movilizabl­es y los que no lo son, que cada día más se expresan fluidament­e a través de las redes sociales conformand­o una opinión pública volátil y difícil de aprehender. El Gobierno necesita ese diagnóstic­o, tiene que recalcular para afrontar los tiempos difíciles que vienen con más claridad y menos voluntaris­mo.

Macri tiene cartas fuertes en la manga y podría mostrarse seguro. No es lo que parece

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DIBUJO: PABLO TEMES
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