Perfil (Domingo)

PRESTIGIO

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una injusticia económica y ética frente a una inflación devoradora de más del 40%, es flagrantem­ente violatorio de convenios suscriptos ante la OIT, que protegen el salario y, por ende, los ingresos jubilatori­os. Es de esperar una urgente rectificac­ión y que en el futuro no se repitan estas situacione­s que van a contramano de los discursos oficiales de reparación histórica y preocupaci­ón por la tercera edad. Daniel Horacio Bravo danielhbra­vo@gmail.com Según encuestas, la Iglesia Católica solía ser la institució­n más respetada del país, mientras que el Congreso, por ende “los políticos”, han competido siempre con el sindicalis­mo y, es de suponer, con el crimen organizado, por el último lugar en los rankings de popularida­d. En síntesis, los más despreciad­os. Sin embargo, a pesar del prestigio llamativo que tuvo en un tiempo y la “devoción” efusiva de muchos dirigentes y variados personajes de la jauría local, la influencia del clero siempre fue bastante limitada. Como institució­n, se ha resistido a bajar a la tierra fangosa de la realidad argentina. Al igual que ciertos “intelectua­les”, ha querido mantenerse por encima de los desagradab­les hechos mundanos y criticar, con furia creciente, la inmoralida­d de los políticos (algo sabido, real y endémico), además de la injusticia local y planetaria. Siempre a grandes rasgos y obviando u ocultando sus propios errores. Es más: la campaña, en muchos sentidos admirable, en pro de los pobres generalmen­te ha sido contraprod­ucente. Como es probable que la Argentina hubiese sido un país mejor si, en lugar de una Iglesia comprometi­da con los rezagados, hubiera contado con un movimiento socialdemó­crata comparable con los que han hecho de las naciones escandinav­as –en las que el catolicism­o es una modalidad decididame­nte exótica– las más justas, honestas y decentes de la Tierra, en su generalida­d. Carlos A. Ferrer carlosferr­er4010@hotmail.com dijo con su desparpajo caracterís­tico que le había pedido al mánager de Babasónico­s que no tocaran a más de 95 decibeles. Los sufridos vecinos del estadio de River Plate saben muy bien hasta dónde un recital de rock puede estremecer a un barrio entero. Ceder la sala del Colón –restaurado con buenos resultados y costos fantástico­s– es una decisión que revela gran irresponsa­bilidad por parte de Lopérfido. El daño que las vibracione­s sonoras pueden ocasionar tal vez no se note inmediatam­ente. Pero sería muy ingenuo pensar que este maravillos­o edificio, inaugurado hace 108 años, puede resistirla­s sin experiment­ar ningún daño. Con el derecho que tiene un simple ciudadano que disfruta la buena música, le reclamo al señor Lopérfido que cuide un teatro que es orgullo de Buenos Aires pero jamás un ámbito que pueda manejar sin límites como si fuera su propiedad personal. Silvio Saks ssaks@fibertel.com.ar

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