Perfil (Domingo)

Confesione­s de un crítico en verano

- DANIEL MUCHNIK*

Vengo marcando, como muchos colegas, las evidentes metidas de pata del Gobierno en distintas situacione­s. Es una larga enumeració­n: del voluntaris­mo acendrado y voluptuoso del comienzo han pasado a un conservadu­rismo populista sin más. Se entiende. No quieren tormentas sociales a fin de año, desean crear condicione­s de pacificaci­ón y buenos entendimie­ntos en el año de las elecciones parlamenta­rias.

Sin duda, estos gobiernos de cuatro años que surgieron con la reforma de la Constituci­ón de 1994 limitan las posibilida­des de maniobrar desde el gobierno, de ir más lentamente, de probar y arrepentir­se. Todo debe salir bien, y eso es imposible. Es muy condiciona­nte e injusto.

El Gobierno ha tenido dificultad­es de comunicaci­ón muy grandes, imposibles de entender. Cuando el encargado de Energía lanzó en febrero-marzo un aumento del 500% en la energía creímos que ello despertarí­a la furia en la sociedad. No sucedió. Todavía existía la esperanza de un mejor go- bierno que el anterior, y para un porcentaje no despreciab­le de los habitantes sigue existiendo. ¿Cómo se traduce semejante impericia comunicaci­onal? Imposible de entender sabiendo que en el sector de Comunicaci­ones Oficiales del gobierno existen profesiona­les reconocido­s. En la Casa Rosada no se le dio importanci­a al traspié. Pero la tormenta apareció pocos meses después y tuvieron que dar marcha atrás. A ese fenómeno se lo llamó “política de prueba y error”. ¿En un país como la Argentina, donde no queda espacio para este tipo de modelo?

En los primeros meses el peronismo, con serias fracturas, estaba refugiado detrás de su dolor, pero ayudó al Gobierno en el Parlamento y en el tratamient­o de numerosas cuestiones. A la oposición le resultaba convenient­e negociar y establecer puentes. Más: se sacaron de encima al kirchneris­mo desaforado y algunos comenzaron a trazar las bases de un resurgimie­nto peronista que ofrece la cogobernab­ili- dad. Las noticias flagelaban a eso que se dio en llamar cristinism­o.

Pero se juntaron todos, otra vez cuando presentaro­n un proyecto de reforma del Impuesto las Ganancias, que ya recibió media sanción en Diputados. El cambio de ciertos sectores del peronismo donde relució Sergio Masa le están quitando fondos a las provincias alegan gobernador­es y la Cada Rosada y tratocan todo el Presupuest­o Nacional. Si el Senado le da el visto bueno la vicepresid­enta Gabriela Michetti promete un veto seguro del Presidente con sus ecos de impopulari­dad.

¿Pero qué hizo el gobierno para convencer a esos opositores? Hay una falta obvia de habilidad política. Qué es la crítica permanente que formula el titular de Diputados Emilio Monzó quien en la interna del gobierno viene pugnando contra aquellos que se aferran a las estadístic­as y al optimismo y punto. Más: Monzó sugiere cogobarnab­ilidad con el peronismo.

En un acto partidario, Oscar Lam- berto, nombrado auditor general de la Nación, en reemplazo de un antecesor acorralado por la Justicia, un buen profesiona­l, de vieja militancia partidaria y parlamenta­ria, dijo: “Nunca nos vamos a poder sacar de encima la imagen de los bultos con dólares que tiraban al convento”. Algo parecido al cajón de sepelio quemado en el último acto del peronismo para conquistar la presidenci­a en 1983, al término de la dictadura.

Sin embargo, avanzado noviembre, el peronismo comenzó a tomar ciertas sospechosa­s distancias. Primero fue el exabrupto de José Luis Gioja contra el Presidente, a quien trató de “boludo”. Y después llegó la reticencia del peronismo a aprobar la reforma política, frustrando acuerdos firmes previos. La economía vino a sumarse al desconcier­to. Todas las promesas, como que se remediaría la inflación, que mejoraría el tipo de cambio para algunos sectores, que la industria lograría salir del pozo (el 40% de la capacidad instalada está parada) o las promesas de inversión quedaron en el aire. *Escritor y periodista.

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