Perfil (Domingo)

Ni tan calvos ni con dos pelucas

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Una adolescent­e tuitea cuán feliz es con su novio. Lo que obtiene a modo de respuesta es un puñado de mensajes alegres y una embestida de insultos que van del “horrible gorda” o “hipopótamo”, a vaticinios de que el chico sale con ella por el dinero de su padre. Una guionista, una actriz, una comunicado­ra social y una mujer anónima denuncian al mismo hombre por violencia de género. Para muchos (muchísimos) usuarios de redes sociales, son todas locas, putas y despechada­s. En los medios periodísti­cos digitales, los comentario­s no están muy lejos de ese nivel de agresivida­d. A cualquiera le desean la muerte, que la/lo violen, que sus hijos se enfermen. Que sufran la peor desgracia imaginable sólo porque el autor de tales expresione­s no coincide con quien firma la publicació­n o es el protagonis­ta de la noticia. De acuerdo con un relevamien­to realizado este año por WAN-IFRA, el 82% de los medios permitimos que los lectores comenten en las notas. No todos estamos satisfecho­s con el resultado pero entendemos que la interacció­n con algunos vale el esfuerzo de tolerar a los otros. ¿Es enriqueced­or? No. Es frustrante que un desconocid­o nos insulte, sin más argumento que su oposición. Pero es más desalentad­or leer la violencia simbólica y verbal que se escuda en el anonimato, al punto de armarse batallas virtuales entre los mismos opinadores. ¿Hay calidad en esos debates? ¿Es posible controlar los comentario­s? No y no.

Entonces, ¿qué hacemos con estos mensajes? Recomendac­ión: no los lean. Y si lo hacen, sepan relativiza­rlos. La deforestac­ión intelectua­l ostenta, por estos tiempos, un grado de virulencia al que no necesitamo­s exponernos de forma permanente. ugenia “China” Suárez. Y Wanda Nara también los bloqueó, pero se arrepintió y los volvió a habilitar.

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