El arte y la vida en el más allá
“Para Baroni no siempre había una verdadera distancia entre realidad y fantasía; y yo empeñaba mi tiempo, todos los días, en discriminar lo verdadero de lo falso, con el problema adicional de quedarme siempre del lado de lo irresoluto”. Es el narrador de Baroni, un viaje, de Sergio Chejfec, el que pone esta tensión entre la realidad y la fantasía, aunque de modo en que hay un opuesto: lo verdadero y lo falso. Sin embargo, el narrador encuentra un entredós, una fisura a esas oposiciones binarias: lo irresoluto. Una buena para contar a Rafaela Baroni, que es poeta, tallista, sanadora, performer, pintora, necrófila y vidente. En la acumulación pone al límite y tensa la cuerda de la relación del artista con su quehacer. Ella concibe lo suyo en un todo espiritual y ha construido su propio Paraíso, después de haber visto el verdadero. Cuando estuvo muerta o tuvo esos dos ataques catalépticos –cualquiera sea la explicación–, estuvo allí. Lo refiere con la sintaxis obligada de la imaginación: “Algo muy divino. Con mucha arboleda”. Su arte y su vida van juntas. Es el espacio de lo popular, lo religioso, algo mágico que se inscribe en el arte la venezolana que nació en 1935. Por otra parte, lo irresoluto está también del lado de la ficción. O por lo menos, dos poéticas encontradas, aparentemente antagónicas, que de alguna manera se vuelven complementarias en esa falta de claridad, tanto de lo mágico, lo religioso, como de lo racional que no termina de distinguir. ¿Sólo en el espacio del arte contemporáneo un quehacer complejo como el de Baroni puede ser incorporado? Así le parece a Graciela Speranza. Para ella, Chejfec encuentra “la forma ideal de figurar esa percepción entrecortada y volátil de la caminata no en la literatura sino en las artes visuales, un deseo de expandir los lenguajes y los campos típicamente contemporáneo”.