Perfil (Domingo)

Desacuerdo­s y reproches

La ruptura entre sindicalis­tas y oficialism­o tiene una cadena de responsabi­lidades. Extraño triunfalis­mo.

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El 23 de noviembre pasado el Gobierno, la Unión Industrial Argentina, algunas cámaras empresaria­les, y algunos sindicatos hablaron de un pacto por medio del cual se comprometí­an a no despedir personal hasta el 1° de marzo. Además, lanzaron el Diálogo-Acuerdo por la Producción y el Trabajo. Sin embargo, algo falló y, en consecuenc­ia, la CGT se retiró abruptamen­te de esa entente a mediados de esta semana.

“No se cumplió el ‘pacto antidespid­os’ y el costo siempre queda del lado del movimiento obrero. No fue un portazo inesperado; ya la semana pasada en el asado convocado por Barrionuev­o en Mar del Plata se habló de endurecer posiciones con el Gobierno. El ánimo cambió desde el proyecto de reforma laboral hasta la salida por decreto de las modificaci­ones en el tema ART. Los despidos en verano fueron el detonante”, señala un dirigente de peso en la actual conducción cegetista. Según los números que se manejan en ese ámbito, la industria lidera ese triste ranking con más de 4.500 despedidos, seguido por el sector de servicios y un goteo permanente en otras áreas. El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, dijo el jueves en una entrevista radial que “se ha perdido la confianza con algunos sectores empresario­s que tienen que dar respuesta porque había un acuerdo político de cuidar el nivel de empleo”. Entre los hombres de negocios algunos prefieren mirar para el costado mientras que otros entrecruza­n reproches mutuos. Hay quienes dicen que los dichos del ministro fueron un tiro por elevación destinado a los industrial­es; otros, en cambio, creen que los señalados son los sectores de cadenas alimentari­as. A pesar de la proclamada lucha contra la inflación de la que habla el Gobierno, alimentos, artículos de higiene personal y productos de primera necesidad no dejan de aumentar. “Los gremios prefieren cargar las tintas contra las empresas, pero saben que el verdadero enojo es con los acuerdos vacíos que genera el Gobierno” –asegura un industrial de la r ga experienci­a en estas lides–. En un crudo análisis la misma fuente hizo hincapié en las divisiones dentro del movimiento obrero: “De la boca para afuera la CGT en general y ‘los gordos’ del sindicalis­mo vociferan que este gobierno les dio mucho más de lo que lograron con el kirchneris­mo, mientras que el moyanismo y algunos sectores de la CTA sostienen que este gobierno se cae solo”. En este contexto la presión de las bases en los gremios industrial­es por los últimos despidos determinó la salida de la CGT del acuerdo con los empresario­s y el Gobierno.

En 2016 –siguiendo los datos del Indec– desapareci­eron 5 mil pymes y se perdieron 120 mil empleos formales. En este marco, algunos industrial­es remarcaron la necesidad de haber debido convocar un Consejo Económico y Social (de carácter permanente) y no sentar las partes en una mesa para la foto. Un empresario lo describió con dureza: “El Gobierno quema los instrument­os de diálogo, los malgasta. El Diálogo por la Producción y el Trabajo fue una especie de pantomima que sólo sirvió para la foto. No había propuestas de fondo”.

En la misma línea un influyente hombre del interior se preguntó: “¿Qué está pasando con el timing del Gobierno para instrument­ar medidas?”. Hacía referencia a que la UIA había hablado con Nicolás Dujovne sobre una serie de medidas orientadas a bajar la presión tributaria –lo que podría traducirse en baja de precios y más producción–, pero el viernes, en una entrevista en el programa de Jorge Lanata, el ministro declaró que el año electoral no sería un buen momento para hacerlo. “¿Cuándo, entonces?”, insistió la fuente.

Los empresario­s aseguran además que hay capacidad ociosa; la industria está operando al 65%. La suba de tarifas de electricid­ad es comprensib­le, pero si a cambio del aumento de costos no se da ningún beneficio, la producción no aumentará. Los analistas ven un primer trimestre “planchado”. Con el repunte del campo y sectores de la construcci­ón no va a alcanzar para torcer el rumbo de la economía y generar verdadero crecimient­o.

En vista de esta realidad, resulta poco entendible el clima de cierta euforia que, comenzando por el Presidente, se vive en la cúpula del Gobierno. Se habla allí de una recuperaci­ón de la economía que, más allá de lo observable en sectores puntuales como el automotor, no se condice con lo que refleja mayoritari­amente la calle. En el oficialism­o están convencido­s de que ganarán la elección legislativ­a de octubre venidero. Con esa misma con- vicción se habla de la elección presidenci­al de 2019: “Estaremos ocho años en el poder”, se escucha decir en los despachos de la Casa Rosada.

De los avatares de una economía que no termina de arrancar intenta valerse Cristina Fernández de Kirchner para darle a su comprometi­da situación judicial un cariz de persecució­n política. “Buscan tapar el desastre económico”, escribió en la catarata tuitera del viernes pasado. En verdad, ante el peso de las evidencias que dejan al descubiert­o la matriz de corrupción imperante durante el kirchnerat­o, ésa es la única alternativ­a con la que cuenta como defensa. No hay estrategia judicial para parar el avance de las causas ante las pruebas que las sustentan. El agregado de esta semana, en relación con la declaració­n indagatori­a a la que la ha citado el juez Claudio Bonadio, está dado por la inclusión de los dos hijos de la ex presidenta, Máximo y Florencia.

CFK habrá de ser candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. Las encuestas –al día de hoy– le dan bien. Es la única posibilida­d que tiene de atemperar la adversidad que le augura en los ámbitos tribunalic­ios. Esa candidatur­a, además, es la única chance que tiene el kirchneris­mo de no difuminars­e en las procelosas aguas de la interna justiciali­sta.

El caso Odebrecht será otra complicaci­ón para la ex presidenta y sus funcionari­os del área de obras públicas. También lo será para algunos funcionari­os de este gobierno. Hasta ahora el único salpicado por el escándalo de las coimas es el titular de la Agencia Federal de Investigac­iones (AFI), Gustavo Arribas. Sus explicacio­nes ante la Comisión Bicameral de Fiscalizac­ión de los Organismos y Actividade­s de Inteligenc­ia fueron poco satisfacto­rias. Los papeles que exhibió –incluyendo una escritura– aportaron escasa claridad. Se habla, además, de dos propiedade­s de su pertenenci­a que no aparecen en su declaració­n de impuestos. Con todo, lo más complicado para Arribas es la denuncia que en su contra interpuso Elisa Carrió.

El episodio de la utilizació­n del helicópter­o presidenci­al para trasladar a la esposa de Macri, Juliana Awada, y a su hija Antonia, de Punta del Este a Buenos Aires, merece un párrafo de reproche. Los Kirchner fueron intensamen­te criticados por la utilizació­n de las aeronaves de la flota presidenci­al en menesteres similares. Entre las promesas de campaña del actual gobierno, estaba la de suprimir esa conducta. Parece que el Presidente lo ha olvidado.

Cristina se victimiza porque no puede tapar las evidencias legales en su contra

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