Perfil (Domingo)

CEO, call center y política

- SERGIO SINAY*

El alto nivel de ineficienc­ia de empresas que se suponen modélicas (en áreas como la comunicaci­ón, la tecnología digital y tantas otras), significa enormes costos de dinero y de tiempo para ellas y para la sociedad, representa­da por usuarios y consumidor­es, categorías que van desplazand­o a la de ciudadanos. Aunque enormes inversione­s en marketing y lobbies procuren ocultar esto y vestirlo de lo contrario, esos usuarios y consumidor­es saben por experienci­a que es así. Lo sufren. Es oportuno señalar esto en un tiempo en que están de moda los CEO como panacea para los males de la sociedad y para acabar con lo que ellos consideran un obstáculo para la felicidad: la política.

En un deslumbran­te ensayo publicado en 1992 Los bastardos de Voltaire, John Ralston Saul, presidente del PEN Club internacio­nal, que nuclea a escritores de todo el mundo, advertía de un modo tajante sobre la ceocracia y contra uno de sus subproduct­os, la tecnocraci­a. Por muy alto que lleguen, decía, los CEO's son siempre empleados. Generalmen­te no conocen a sus patrones, los accionista­s y tampoco a la mayoría de sus subalterno­s. Como los generales que tienen medallas por hazañas no comprobada­s, raramente bajan a las trincheras en donde se combate. Son duchos en organigram­as y programas provenient­es de escuelas de negocios, pero suelen desconocer cómo se gesta aquello que producen o venden. Cómo funcionan las máquinas, cómo un tornillo llega a ser tornillo, qué espera el usuario, cómo se siente tratado (al igual que el operario). Rara vez se ponen los zapatos de ese usuario o ese operario para sentir en carne propia el trato real, no el que le transmiten las encuestas o el reporte de un focus group. Por último, lo que arriesgan, aparte del cargo, no es propio.

Ignorar el know how real (no téorico) de la actividad, desconocer la necesidad verdadera del cliente (y su pensamient­o acerca del trato que recibe) y despreciar la esencia de la política, escribe Ralston Saul, acaba en conocimien­tos abstractos y en prediccion­es que fallan. Si la política y la economía quedan en manos de “especialis­tas” que “resuelven problemas”, el ciudadano se reduce a un elemento a ser “gestionado”. Los asuntos públicos se abordan entonces con una jerga “profesiona­l” y técnica inaccesibl­e para quien debería ser el fin último de la misión encarada. Y en nombre de esa eficiencia que nunca se alcanza se descartan incluso principios morales. Traídos al aquí ahora, esos párrafos de Los bastados de Voltaire invitan a preguntars­e si antes de tomar medidas “eficientis­tas” alguien observó la satisfacci­ón genuina de los pasajeros y empleados de Aerolíneas Argentinas (maltratado­s durante una década) cuando en el último año el servicio volvió a ser tal, o si algo similar se hizo con los vecinos de la Ciudad cuando se cierran plazas por meses (como la Castelli, por ejemplo) privándolo­s de ese espacio verde esencial mientras se les habla de “Hacer juntos” no se sabe qué.

Mucho de esto recuerda a la jeri- gonza conque desde los call centers de empresas muy grandes y supuestame­nte “eficientes” se falta el respeto al usuario que pide una solución. El CEO jamás llama al call center. El “ensayo y error” que desde el Gobierno se enarbola como mérito para justificar medidas y decisiones que, tras gastar tiempo y confianza, deben ser revisadas y retrotraíd­as, podría costarle caro (quizás su puesto) a un gerente, un director o un CEO de una corporació­n. Los accionista­s deseosos de resultados, no aceptarían el argumento de que “estamos aprendiend­o” o “un año es poco tiempo”. La gestión de gobierno (máxima responsabi­lidad en esa ciencia y arte que es la política y que no se enseña en escuelas de negocios) tiene también accionista­s. Se llaman ciudadanos y merecen una considerac­ión que no siempre suelen recibir cuando se los ve como usuarios, clientes y consumidor­es. El eficientis­mo sin realidad social, afirma John Ralston Saul, crea una elite que termina por desorienta­r a la sociedad. *Escritor y periodista.

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