Perfil (Domingo)

Entre el santuario y el cementerio

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“Un día fui al santuario con una amiga. Las dos sentimos el perfume de Candela cuando nos acercamos”. Carola aún guarda la fragancia que usaba su hija. El frasco está casi vacío pero aún se puede percibir el aroma que llevaba la nena asesinada. El lugar del que habla –marcado con una cruz– está ubicado a un costado de la Autopista del Oeste, donde la encontraro­n sin vida. “Voy más ahí que al cementerio, porque ése es el último lugar donde la vi”, revela. Tras el entierro en el cementerio de Hurlingham, el cuerpo fue trasladado a uno privado. ¿La razón? “Cada vez que iba, me encontraba entre 10 y 15 personas en la t umba de mi hija. Parecía una atracción t ur ística. No lo hacían con mala intención, pero no tenía privacidad. ¿Qué iba a hacer yo ahí? Ahora, puedo visitarla tranquila”, explica.

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