Perfil (Domingo)

Clásicos olvidados del horror

- GONZALO SANTOS

Una antología preparada por Leslie S. Klinger recoge relatos de terror escritos entre 1814 y 1914, la edad de oro del género. Una magnífica puerta de entrada al mundo tenebroso, a la irrupción de lo sobrenatur­al, al sentimient­o de amenaza. También una manera de volver a admirar a escritores imprescind­ibles.

Las antologías de terror que con frecuencia se acumulan en las mesas de saldos suelen tener siempre los mismos nombres: Lovecraft, Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Guy de Maupassant, Daniel Defoe, Ambrose Bierce o, en el caso de nuestro país, Horacio Quiroga, Lugones, acaso Abelardo Castillo o Ana María Shua. Incluso se repiten los mismos cuentos: El gato negro, El retrato oval, La llamada de Cthulhu, El horla o El almohadón de plumas. Al igual que en otros géneros populares como la ciencia ficción, abundan los autores olvidados, soslayados o ninguneado­s, como ese fantasma ridículo de Oscar Wilde.

Por eso, siempre es algo digno de atención cuando aparece una antología que rescata algunas de esas gemas y se aparta un poco de los autores canónicos, o en todo caso recobra algunos de sus textos menos conocidos. Así sucede con El miedo y su sombra, editada recienteme­nte por Edhasa, con traduccion­es de Teresa Arijón y Bárbara Belloc, y selección de Leslie S. Klinger, editor considerad­o una de las máximas autoridade­s en Sherlock Holmes y Drácula en el mundo, que eligió abarcar el período 1814-1914, durante el cual floreció un subgénero, sobre todo en la Inglaterra de la época victoriana: el relato de fantasmas.

Atravesado mayormente por esa temática, por espectros, el volumen reúne veintiún cuentos de autores como Dick Donovan, Lafcadio Hearn, Héctor Hugh Munro –Saki–, Kate Chopin, George MacDonald, Théophile Gautier o Joseph Sheridan Le Fanu. “Yo estaba buscando grandes historias de autores cuyo trabajo ha sido pasado por alto completame­nte o, en el caso de escritores como Arthur Conan Doyle o Bram Stoker, es recordado por otras razones”, dice Klinger en diálogo con PERFIL. “E.T.A. Hoffman no es ciertament­e uno de aquellos que han sido pasados por alto, pero su escritura no es muy conocida actualment­e excepto por los chicos de la escuela”.

Entre los cuentos no tan conocidos que rescata, hay varios que son verdaderas piezas maestras olvidadas. Uno de ellos, tal vez el más interesant­e, es La araña, de Hans Heinz Ewers: un relato sobre suicidios enigmático­s Es un editor considerad­o una de las máximas autoridade­s en Sherlock Holmes y Drácula en el mundo. que se dan cada viernes en la habitación de un viejo hotel y que están relacionad­os con una suerte de “vampiro psíquico”, como lo define Leslie, o súcubo, que adopta la forma de una mujer atractiva, retomando así, para horror de las feministas, esa tradición romántica de la femme fatale, o esa tradición medieval que considera que la mujer tiene un intellectu­s inferior que la hace propensa a ser poseída por demonios.

Luego, también hay varios relatos que parecen transgredi­r los límites del género, o que quizá podrían pertenecer a otro. En el caso de El empapelado amarillo –un impecable relato de Charlotte Perkins, muy conocido en el mundillo de los psiquiatra­s–, se da precisamen­te esto: es imposible decidir si las figuras que irrumpen en el empapelado son reales o producto de la imaginació­n perturbada de la protagonis­ta, es decir, se da esa ambigüedad con que Todorov definió el género fantástico puro, definición que, por cierto, también les cabe a los cuentos de Hoffman –en la antología está El hombre de arena–, a los que de hecho el teórico ruso toma como ejemplos paradigmát­icos. Entonces, ¿qué es, en reali- dad, el terror? ¿Cómo podría definirse? Klinger, como todo el mundo, lo hace a partir del efecto perlocutiv­o: “Los cuentos de terror están diseñados para traernos experienci­as de terror y miedo”, dice, y esboza una clasificac­ión: “Algunas son naturales, y en esos casos el terror es inducido por acciones de seres humanos ‘normales’. Por ejemplo, el relato The Leather Funnel no involucra nada sobrenat ura l, pero es cla ra mente terrorífic­o, y en este caso es la Inquisició­n la que causa el horror. Otro tipo de cuentos de terror son sobrenatur­ales, esto es, las causas del terror no son naturales, o causadas por seres humanos. ¿Son The Squaw o The Spider realmente sobrenatur­ales? ¿Son algu- nas ficciones de Borges de horror? Yo pienso que tal vez no necesitemo­s trazar una línea entre estos tipos de historias”.

Ahora bien, ¿por qué queremos leerlas? ¿Qué nos impulsa? En ocasiones, acaso intervenga ese sentimient­o de lo sublime del que habló Kant, o sea –en resumen–, aquello que sobrepasa nuestro juicio y produce a la vez gozo y displacer. Y quizá también un poco de morbo. Pero Leslie, que por cierto se declara fan de Lovecraft –aunque llegó muy tarde a él–, arroja otra tesis: “Yo sugiero que uno de los motivos es la práctica o la experiment­ación. Nosotros muchas veces experiment­amos situacione­s de horror y vemos cómo podemos manejarlas”, dice. Y es cierto: siempre es bueno estar preparado para un apocalipsi­s zombi, y hoy por suerte todo el mundo lo está: cualquier chico de cinco años sabe que hay que dispararle­s a la cabeza.

Tampoco está de más saber cómo actuar frente al ataque de un hombre lobo adolescent­e, un payaso mutante, monstruos fálicos, o alguno de esos vampiros posmo, camuflados de clase media, que últimament­e se dedican a la videopolít­ica.

¿Por qué queremos leer esas historias? ¿Qué nos impulsa?

 ?? ENRIQUE ABBATE ?? LESLIE KLINGER.
ENRIQUE ABBATE LESLIE KLINGER.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina