Las decepciones y los compromisos
Acaba de publicarse en España un inédito de Miguel de Unamuno, el diario de un viaje que realizó a los 24 años por la Provenza francesa, Florencia, Roma, Nápoles, Pompeya, Milán, Suiza y, en particular, París: “Apuntes de un viaje por Francia, Italia y Suiza”. Pacho O’Donnell aprovecha la oportunidad para recordar a un intelectual inevitable.
En los días que corren aparecerán en España, en la editorial Oportet, unos apuntes del viaje que realizó a sus 24 años por Europa con su tío Claudio. Con innegable exceso se lo promociona como el primer libro de Miguel de Unamuno, el gran pensador bilbaíno de la Generación del 98. El mayor interés del cuaderno de viaje, que fue aportado por un donante que eligió el anonimato, son algunas consideraciones que ya revelaban una personalidad original. Así, la Exposición Universal de París le parecía “cargante”, y el lema “Liberté, egalité, fraternité”, “una mamarrachada”.
La producción de Unamuno es vasta y despareja. Personalmente fui influido en mi adolescencia por la lectura de su Del sentimiento trágico de la vida, claro antecedente de posiciones existencialistas, y sobre todo por su San Manuel Bueno, mártir, historia de un sacerdote que no creía en la resurrección de la carne y lo obviaba al rezar el credo. Texto que alimentó mi perturbadora crisis religiosa de entonces.
La vida de Unamuno tiene diversas facetas. La más interesante a mi criterio fue su capacidad de modificar sus convicciones de acuerdo con su choque con la realidad. El sincero y valiente vaivén de decepciones y entusiasmos, siempre fiel al compromiso con la realidad política y social de su tiempo, lo que aún hoy le merece críticas y postergaciones desde la izquierda y la derecha. Se enfrentó a la dictadura de Primo de Rivera y sufrió el exilio. Cuando regresó a su amada Salamanca fue elegido diputado en Cortes de 1931 a 1933 por dicha ciudad. Pero no renueva por su decepción ante la marcha del gobierno de la República, lo que lo hace abjurar de su socialismo.
Cuando se produce la rebelión de Franco, Unamuno quiere ver en los militares alzados a quienes venían a terminar con el caos y la división de España. Incluso en el verano de 1936 hace un llamamiento a los intelec- tuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representan la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que provoca conmoción, pues el grueso de la intelectualidad mundial se había manifestado en contra del fascismo español aliado con Hitler y Mussolini.
En una entrevista con el escritor cretense Nikos Kazantzakis, reflejada por Alejandro Cruz en El País, le dice: “En este momento crítico del dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben cómo imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré –pronto– y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario”.
Fue inevitable que la decepción lo asaltara nuevamente.
Oportet Editores publicó este libro del autor vasco, escrito en 1889 e inédito hasta ahora. El manuscrito estuvo “desaparecido” durante décadas. Las iniquidades y crueldades del régimen franquista habían sido demasiadas e intolerables. Su toma de partido vaciló. En una carta a un periodista se angustia: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...”.
La vida le dio la posibilidad de reivindicarse con su memorable intervención en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Alguien gritó “¡Viva la muerte!”. Unamuno, indignado, tomó la palabra y entre otros conceptos afirmó: “El general Millán-Astray es un inválido”. El aludido, alto jefe militar de la Falange allí presente, había quedado tuerto y manco por heridas de guerra. “No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”. Fuera de sí, el general gritó: “¡ Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. Entonces, la respuesta del viejo catedrático fue: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España”.
El sabio vasco terminó su vida el último día de 1936 en su amada Salamanca, cumpliendo prisión domiciliaria en estado de santidad republicana.
El lema “Liberté, egalité, fraternité” le parecía “una mamarrachada” Las iniquidades del régimen franquista habían sido demasiadas