Perfil (Domingo)

Aparatos políticos (I)

- JAIME DURAN BARBA*

Cuando se inició el siglo XX, en América Latina el analfabeti­smo era masivo, no existían automóvile­s ni carreteras y era muy difícil trasladars­e de Chihuahua al D.F., de Tucumán a Buenos Aires, de Manaos a Río de Janeiro. La mayoría de la gente conocía sólo la pequeña porción del país en la que había nacido y trataba a lo largo de su vida con pocas personas que normalment­e pertenecía­n a su entorno. La mayoría no participab­a en la política, que estaba en manos de unos pocos notables que designaban al presidente a través de complejos mecanismos. Los candidatos no podían comunicars­e con los electores porque no existía la radio ni la televisión, y tampoco podían recorrer el país.

Hasta la década de 1930 no se hicieron campañas electorale­s dirigidas a la mayoría de gente. En el imaginario de nuestras sociedades provincian­as, los presidente­s eran personalid­ades extraordin­arias que hacían el favor de aceptar el cargo porque “el pueblo” se lo solicitaba. En el extremo hubo algunos mandatario­s que no participar­on en la campaña y vinieron desde Europa a asumir directamen­te el cargo, como Roque Sáenz Peña y Marcelo T. de Alvear en Argentina y Antonio Flores Jijón en Ecuador. Hipólito Yrigoyen aceptó ser candidato tres semanas antes de las elecciones, cuando ante la insistenci­a de su entorno dijo “haced de mí lo que queráis”. No recorrió el país, no dio discursos y jamás pidió el voto a nadie. Sus partidario­s le tenían tanta admiración que el día de la posesión, desataron a las cabalgadur­as de su carroza y la jalaron con sus propias fuerzas desde su casa hasta el Congreso.

En la primera mitad del siglo XX, con el progreso de la técnica, la difusión de la electricid­ad, el teléfono y la radio apareciero­n nuevos valores, y consecuent­emente una nueva democracia. En la década de 1930 Neptalí Bonifas Ascázubi fue el primer candidato ecuatorian­o que hizo campaña pidiendo que lo voten, provocando un escándalo por su mal gusto: las elites creían que debía esperar a que la gente le rogara que fuera presidente. Pasó lo mismo con Julieta Lanteri, la gran luchadora por el derecho al voto de las mujeres en Argentina, que ponía un cajón en la avenida Corrientes para hablar y defender sus principios. Fue rechazada porque quería persuadir, mientras que las ideas debían llegar desde lo alto.

En ese contexto, la política la hacían política los aparatos. Algunos idealizan esa etapa de la historia argumentan­do que la gente luchaba por defender ideales, pero eso no es exacto. Desde la cúpula de las organizaci­ones políticas se armaban redes clientelar­es con una organizaci­ón piramidal, que iba desde el dirigente barrial, hasta el presidente del país. Esa maquinaria se mantenía con dinero, favores, prebendas, y rega- los, que provenían del Estado. Votaba un porcentaje reducido de ciudadanos que en su mayoría eran miembros de esas redes o estaban manejados por ellos. Había mucha pobreza. El aparato político se nutría con bolsas con comida y alguna prenda de vestir que los dirigentes regalaban y la gente agradecía.

El día de las elecciones grupos de matones impedían que los ciudadanos voten libremente. El fraude estaba socialment­e aceptado. En todo el continente se votaba con boletas que repartían los partidos, y se prestaban a todo tipo de irregulari­dades. Esos papeles desapareci­eron a mediados de siglo, cuando el Estado cumplió con su deber de proporcion­ar boletas que incluyeran los nombres de todos los postulante­s, para que el ciudadano pudiera escoger a quien quisiera. Las boletas tramposas sólo subsisten en Argentina y Uruguay. El libro Claroscuro­s de la historia argentina de Claudio Rodolfo Gallo, describe a personajes emblemátic­os de la política del aparato como Cayetano Ganghi, líder porteño que llevaba al recinto electoral una carretilla con documentos de identidad pertenecie­ntes a miles de electores y votaba en su nombre. Conseguía esos documentos a cambio de comida, regalos, o favores que manejaba su organizaci­ón de “langostero­s”, pagados por el Ministerio de Agricultur­a, más dedicados a conseguir votos que a matar langostas. *Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.

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CEDOC PERFIL En Ecuador, Neptalí Bonifas Ascázubi y en Argentina, Julieta Lanteri.
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IMPULSORES.

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