Cazador de ángeles
Para mirar el Retrato de Enrique VIII, de Hans Holbein el Joven, hacen falta dos cosas: un precioso texto de Cortázar y una deliciosa recomendación de Erasmo de Rotterdam. Este cuadro es uno de las tres que elige en sus Instrucciones para entender tres pinturas famosas, Julio Cortázar explica: “Se ha querido ver en este cuadro una cacería de elefantes, un mapa de Rusia, la constelación de la Lira, el retrato de un papa disfrazado de Enrique VIII, una tormenta en el Mar de los Sargazos, o ese pólipo dorado que crece en las latitudes de Java y que bajo la influencia del limón estornuda levemente y sucumbe con un pequeño soplido. Cada una de estas interpretaciones es exacta atendiendo a la configuración general de la pintura, tanto si se la mira en el orden en que está colgada como cabeza abajo o de costado”. Sin embargo, lejos de la boutade de ese texto precioso, ese retrato, además de su imponencia y de la grandeza del maestro alemán nacido en 1427 y muerto en Londres en 1543, precisa una época de apogeo de este género. En Inglaterra, durante el siglo XVI, fue prácticamente el único al que pudieron dedicarse los artistas tras los acontecimientos de principios de la década de 1530, que redujeron drásticamente su repertorio temático. Holbein decidió buscar empleo en Inglaterra en 1526, por primera vez, luego volverá y será nombrado pintor del rey. En ese primer viaje, lleva una carta de Erasmo para su amigo el estadista y erudito Tomás Moro. En ella, le advierte: “Las artes se están congelando en esta parte del mundo y él estaba en camino a Inglaterra a recoger algunos ángeles”.