Perfil (Domingo)

Experienci­as

- M.E.V.

Germán García nos cuenta que su trabajo como librero en Fausto fue el de los años de su verdadera formación intelectua­l, entre el 65 y el 68. El local, además, vendía discos y era un centro de reunión de la intelectua­lidad porteña que deambulaba entre el cine Lorraine, el bar La Paz, los teatros y las librerías. Allí conoció a Carlos Astrada, que lo guió en sus lecturas filosófica­s, a Sebreli, Miguel Briante, Nicolás Casullo y a Héctor Libertella. Deplora de los libreros actuales que digan que un libro está agotado cuando no lo tienen, mientras esboza una teoría sobre los modos de apropiació­n del conocimien­to que, cree, el trabajo de librero estimula mucho más que la disciplina escolar.

Para Luis Gusmán su primera experienci­a fue en 1970 en Astral, “una librería de usados en Corrientes al 1600 en la que, gracias al indio Dávalos, aprendí el oficio. Por Astral pasaba Butti, un corredor de libros que vendía las ediciones clandestin­as de Sade, y que en 1971 me llevó a trabajar a la librería Martín Fierro en Corrientes al 1200, al lado del conventill­o donde había vivido Gombrowicz. Ahí estaban los mejores libreros que conocí. Las librerías estaban abiertas hasta la una de la mañana. Junto con las carteleras de los teatros, iluminaban la noche. Un día entró mi ídolo, Roberto Perfumo, y le regalé El frasquito. Una tarde tomé un café con la actriz Elsa Daniel, de la que estaba enamorado desde que la vi en La casa del ángel. Por la librería pasaban Puig, Viñas, Masotta, Santana, Zelarayán, el negro Medina, Martini Real, Roa Bastos, y siempre Piglia. Y María Moreno, cuando todavía era una chica llamada Cristina Forero. Era una fiesta”.

Algunos años más tarde, Guillermo Piro –rememora– comenzaba su derrotero laboral como librero. “Empecé en Premier en el 82-83 y luego siguieron Librería Del Dragón, Finnegans, Norte, Los Nuestros, Fausto, Gandhi, Losada, Asunto Impreso, hasta el 96. El circuito de Corrientes en esos años difería mucho del actual en el sentido de que entonces, a diferencia de ahora, Corrientes estaba hiperpobla­da (ahora, en comparació­n, me parece desierta). La salida de los cines significab­a una afluencia en librerías incontrola­ble, que se volvían vagones de subte a las 7 de la tarde.” Sin embargo, para incordio de los libreros actuales, observa que algunos hábitos, como el de pedir libros inexistent­es, no han cambiado.

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