“‘Neruda’ corre todos los riesgos y no queda bien con nadie”
defiende el film de Larraín por valiente; cree que el rol del artista es pedir que la cultura tenga prioridad. cuenta que conoció en Isla Negra las colecciones y los secretos del poeta chileno ganador de un Nobel y entendió que perteneció a una generación
Neruda es un acercamiento distinto a la figura de Pablo Neruda. El chileno Pablo Larraín eligió hacer foco en su persecución, no en su mito, en cómo Neruda se convirtió en fugitivo a finales de los años 40 en su país natal. Mercedes Morán, con su siempre clásica presencia en el cine, interpreta en el film a Delia del Carril, “alguien muy poco conocido en nuestro país”, dirá la actriz que viene de un 2016 en el que su unipersonal en el teatro, Ay, amor divino, la llevó a los laureles de la crítica, el público y a España. Morán se ha convertido, a pura elegancia, de esa que se transmite por saber hacer las cosas sin forzarlas, es una actriz única: alguien que en TV, cine y teatro aglomera aquello que enamora perfectamente de cualquiera de esas artes. En el caso de Neruda, film que se es- trenó el 9 de febrero en nuestro país y que cerró su ciclo exitoso empezado en Cannes el año pasado con su nominación a Mejor Película Extranjera en los Golden Globe, la actriz sostiene que para llegar a su Delia “lo primero que me interesó antes de encontrarme con el guión fue la posibilidad de trabajar con Pablo Larraín”. Y agrega: “Había visto dos o tres películas suyas. Había visto El club, había visto No, y me interesaba muchísimo la posibilidad de trabajar con ese director. Después llegó a mis manos el guión de Neruda, que me interesó mucho; pero ahora que ya tengo vista la película, que la podemos tener a la distancia y ver qué hizo él con ese guión, eso es algo que me hace celebrar más la decisión de haber participado. Fue un gusto volver a trabajar con Gael García Bernal, con quien ya habíamos trabajado juntos. A Luis Gnecco, quien interpreta a Neruda,
“Me aparecieron ganas de justicia con Delia y la humillación a la que fue sometida.”
no lo conocía pero tenía muy buenas referencias. Ya tomada la decisión, lo que me pasó es que me enamoré de ese personaje en sí”.
—¿Qué había en esa Delia, quien fue la segunda esposa de Neruda, que te enamoró?
—No sabía nada de esta mujer. Me di cuenta de todo lo que se había hecho, y todo lo que ella misma había hecho, por invisibilizarla. La época, su amor por Neruda, la familia, Neruda mismo, esta especie de oveja negra en su época, un adelantado, un moderno, un artista. Ella es muy importante en la vida de Neruda. Me aparecieron ganas de que se hiciera un poco de justicia con eso, con esa humillación a la que había sido sometida, o autosometida, gracias a ese amor por el cual entregó todo. Ahí coincidimos con Pablo. El también tenía muy en claro la trascendencia que había tenido ella en la vida de Neruda. El rodaje fue un disfrute muy grande. Pude conocer a Gneco, con quien resultó facilísimo crear ese vínculo. El era Neruda. Me reía cuando lo veía en el set: “Ahora sólo tengo que ser su mujer”.
—Más allá del éxito y de las nominaciones, ¿qué representa la película de Neruda a la hora de mostrar el compromiso político hoy?
—Ideológicamente, la película es muy moderna. Tiene un punto de vista que mañana va a servir para muchas cosas. Eso subraya la cabeza de un gran artista, que está fuera de su época, adelantado a su época. Por otro lado, si tenés en cuenta que el director es chileno, y siendo Neruda la celebridad que es en Chile, que surgió en una sociedad tan convencional, tan moralista y conservadora, la idea que se tiene de Neruda y el salto que revela todas estas otras zonas del poeta hacen a una película muy valiente.
—La película no niega la política, pero se anima a mostrar a un Neruda distinto, más humano, más cruel a veces incluso. ¿Por qué creés que se dio esa “humanización”?
—Está adelantada. Y ha corrido todos los riesgos a ese nivel. No queda bien con nadie. Ni con los comunistas, ni con los anticomunistas, ni con la Fundación Neruda. Corre todos los riesgos y revela un Neruda que, al menos para mí (que es lo que tengo en cuenta cuando hago una ficción como
Neruda, un biopic nada clásico), es mucho más interesante del que conocíamos. Aborda una persona superinteligente, consciente de la posteridad, que trabajaba para construirla con su ego, su vanidad, y lo deja como un artista enorme (que es) pero lo saca del bronce, que fue el Neruda que me llegó a mí en el colegio primario, y después el de Canto
general, más político, que descubrí cuando me metí en tema. Creo que a la persona que más le habría gustado esta película es a Neruda. Ese es el mérito de Larraín: hacer verdadera justicia al poeta.
—¿Creés que existen artistas como Neruda en la actualidad o ya son parte de otro mundo, que hoy es imposible?
—Creo que sí. Que existen y van a seguir existiendo. Neruda tenía un comportamiento más propio de los pintores de la época, Dalí o Picasso, nombres conscientes de su posteridad, que tenían esa cosa tipo rockstar en su día a día. Los escritores tenían otro tipo de carácter, más para adentro. De Santiago vas a Isla Negra, ves sus colecciones y su casa, y ahí te das cuenta de que perteneció a una generación de artistas extravagantes, caprichosos, siempre celebrando a ese niño que no crecía, egoísta, fantasioso y delirante. Ese es un buen homenaje a cualquier artista.
—Tu 2016 fue un año distinto, sobre todo con el estreno de “Ay, amor divino”, tu unipersonal en el teatro donde te hiciste cargo de todos los libros y abordabas temas en extremo personales. Ahora estrenás “Neruda” y después, en marzo, “Maracaibo”, y tenés dos rodajes este año. ¿Dónde te ves como artista?
—Yo no me considero una artista. Creo que aquellas personas que son artistas lo son a pesar de ellos. La definición de un artista es algo que nunca podría elegir, porque conlleva una desdicha y una falta de sincronicidad con lo que te rodea que, para no volverte loco o morirte de pena, te convertís en un artista para los otros. Yo me considero una actriz, una intérprete. En el cine me gusta la experiencia de entregarme absolutamente. Confiar. En el teatro me siento más dueña, confronto con los directores. Todas las cosas que había pensado para este personaje en Neruda, teniendo en cuenta el folclore argentino y que ella era una aristócrata argentina de esa época, nada de eso fue tomado. Hay algo ahí que me divierte mucho.
—¿Cómo ves a la Argentina políticamente?
—Muy complicada. Nada de lo que veo me entusiasma o tranquiliza. Pero bueno, no tengo 20 años y he visto de todo: sé que todo pasa, lo bueno y lo malo. Por ser contemporáneo a un momen- to de la historia, uno siente a veces que va a ser siempre así. Y ahí es donde trato de tomar distancia de esa idea, de ver que lo que nos lleva una parte importante de nuestra vida son tan sólo unos segundos. He sido criada de una manera donde la conciencia social ha estado siempre presente. Y mi felicidad y mi bienestar individual no son del todo completos cuando hay mucha gente que no está siendo incluida, ni tenida en cuenta, hablando en términos sociales. Más cercano todavía, el hecho del trabajo: yo paso un buen momento, pero tengo compañeros que están sufriendo la falta de trabajo. Es claro que la inversión en la cultura no parece tan importante para este gobierno como la inversión empresarial, y yo pertenezco a ese mundo así que lo sufro.
—¿Creés que a la cultura le falta reaccionar a esa falta de inversión?
—Lo que pasa es que la reacción, la literal, es salir a protestar, a pedir. Eso está sucediendo más allá de la trascendencia que le den los medios. Después hay una reacción más introspectiva, y paradójica, que es que en los momentos de menos luz algo sucede en los artistas que se ponen más creativos. Eso se ve más adelante, no se va a ver ahora. Lo que hay que hacer siempre como persona de la cultura es pedir que la cultura tenga prioridad en la agenda política. Yo creo profundamente que la inversión en la cultura es lo mejor que le puede pasar a cualquier país. Cuando te encontrás con dirigentes que no piensan así, lo lamentás.