Perfil (Domingo)

Más allá de la guerra al efectivo

- IGNACIO E. CARBALLO* DIANA SCHVARZTEI­N**

La inclusión financiera es un fenómeno que se ha populariza­do y fortalecid­o de manera reciente en el mundo y en nuestro país a raíz de las políticas impulsadas por la nueva gestión del BCRA. Desde su incorporac­ión en los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, a fines del año 2015, diversos gobiernos y organismos multilater­ales han avanzado en alianzas con el afán de facilitar políticas de acceso a servicios financiero­s a la población excluida de la banca tradiciona­l. Con 2 mil millones de personas adultas que no poseen cuentas bancarias en el mundo, motivos para aunar esfuerzos en dicha dirección hay de sobra. Sin embargo, la inclusión financiera es un concepto ampliament­e superior al de la mera bancarizac­ión. Cuando se habla de inclusión financiera, también se contemplan variables como la reducción de riesgos y costos bancarios, la creación de empleo, el incremento de la economía formal y hasta la estabilida­d del sistema bancario. Una definición holística de inclusión financiera refiere a una situación en la cual tanto individuos como emprendedo­res tengan el acceso pero también la capacidad de utilizar servicios financiero­s adecuados a sus necesidade­s, abarcando así un amplio abanico de servicios financiero­s como los medios de transferen­cias, ahorros, depósitos, seguros y capital de riesgo, entre otros.

La Argentina, como lo resaltó la reina Máxima en su visita al país citando los cálculos del FMI, al año 2014 fue el país que más bancarizó a los ciuda- danos de menores ingresos. Mientras que en 2011 sólo el 19% de las personas más pobres tenía acceso a una cuenta bancaria, en 2014 dicha proporción trepó al 44%, superando las tasas de crecimient­o promedio del mundo. No obstante, y como dijimos, esto no implica que dichos individuos se encuentren incluidos financiera­mente. Muy por el contrario, según denotó recienteme­nte el Banco Mundial, el 20% de las personas con cuentas bancarias en Argentina las tiene sólo para cobrar subsidios y, de éstas, el 76% tiene el hábito de extraer todo apenas se ha depositado. Para peor, dicho hábito no se limita únicamente a los receptores de planes sociales y subsidios, en el país el 80% de los empleados registrado­s que reciben sus haberes en una cuenta bancaria retiran la totalidad de sus salarios al momento de ser acreditado­s. Congruente­mente, un 12% de los empleados formales parece no hacer uso alguno de su cuenta bancaria pues no habría realizado depósitos o extraccion­es durante los últimos doce meses y, del total de la población que tiene una tarjeta de débito ligada a una cuenta bancaria (44%), sólo el 25% habría ejecutado algún pago con ella. De esto se desprende la problemáti­ca dual en materia de inclusión financiera que enfrenta actualment­e la Argentina. Por un lado, nuestro país aún presenta niveles de bancarizac­ión por debajo de la media en la región (51%). Por otro, como se traduce del párrafo anterior, aquel sector bancarizad­o presenta escasos usos y prácticas en la interacció­n y utilizació­n de servicios financiero­s. En otras palabras, estos guarismos exponen a las claras que el desafío de la inclusión financiera en Argentina no se limita únicamente a los más vulnerable­s ni a los trabajador­es informales.

El país debe avanzar en profundiza­r otras dimensione­s de la inclusión financiera, lo cual implica indefectib­lemente trabajar en el sector ya bancarizad­o. Los motivos por los cuales las personas incluidas en el sistema financiero no hacen uso efectivo de sus beneficios son muchos y diversos. Van desde razones impositiva­s hasta una escasa educación financiera o bien la mera desconfian­za frente al sector bancario generada por las distintas crisis locales. Así, todos ellos y muchos otros han sabido “excluir a los incluidos”. Muchas veces, la problemáti­ca del acceso propia de los excluidos del circuito financiero es reemplazad­a por el dilema de los usos e interacció­n con el sistema. En este contexto, no resulta casual que uno de los pilares de la estrategia nacional de inclusión financiera tenga como centro la promoción de educación y alfabetiza­ción en la temática. A través de ella se conocen e identifica­n los principale­s beneficios de la bancarizac­ión, como son la formalizac­ión, la seguridad en los ahorros y transaccio­nes, el acceso a otros servicios (ahorros y seguros, entre otros), el control de gastos, las transferen­cias sin cargo, etc. En resumen, el necesario proyecto de bancarizar el país tiene un doble desafío que se resume en reducir la brecha existente en el acceso y el uso de los servicios financiero­s. De cara a la formulació­n de futuras políticas de inclusión financiera, podemos remarcar que la digitaliza­ción e incentivo a la aceptación de pagos digitales, una profunda educación financiera, una recuperaci­ón y paulatina confianza hacia el sistema bancario por parte de los clientes (cuyas institucio­nes deberán retribuir con ciertos incentivos y estímulos), serán requisitos excluyente­s tanto para los que aún no poseen cuentas bancarias como para aquellos que forman las listas de clientes de las entidades financiera­s tradiciona­les. *Universida­d Autónoma de Madrid y Conicet. **Universida­d Autónoma de Madrid y UBA.

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DAVOS. Sturzenegg­er disertó sobre el tema.

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