Sin un solo pedido a Dios
Despojémonos de prejuicios, como si fuera humanamente posible. Olvidemos a la Patti Smith, la madre del movimiento contracultural que supo tener al punk como su hijo bastardo más destacado, emocionada frente al Papa. Amputemos esa imagen, ese sentimiento (des) encontrado, quitémosle la relevancia que puede tener eso en su obra artística. Hoy, su nuevo libro.
Y qué es un libro si no la extensión de la propia memoria. M Train es la autobiografía vuelta poesía. Si bien en El mar de coral delineaba su propia vida en relación con Mapplethorpe, al igual que en Eramos unos niños –ganador del National Book Award–, M Train no viene a cerrar ninguna trilogía, es un viaje por sus cafés y pensamientos.
Aunque su aspecto descuidado no lo refleje, la escritura de Smith es elegante: “Supongo que todo empezó al leer sobre la vida de café a la que tan aficionados eran los beats, los surrealistas y los poetas simbolistas franceses”, comienza diciendo la autora. Cafés como refugios, sinónimos de intimidad. El proceso de escritura requiere de una completud tal que la escenografía es importante: el rincón, la mesa, el café, el vodka (hay tantas cantidades de café como de vodka a lo largo del ensayo). Están presentes siempre la apreciación de la palabra escrita, la identidad, el cambio y pertenencia. Para eso escribe Smith, y tiene en cuenta la identificación del lector como valoración del hecho estético.
M Train puede calificarse como libro de viajes, o una memoria testimonial –una suerte de autobiografía–; un libro donde coexisten pensamientos, experiencias v iv idas e imag ina r ias con un mismo hilo conductor: la perpetua melancolía de una Smith por igual asqueada y fascinada con el mundo. No resulta la cantante una activista política, no se declara anarquista, ni siquiera idealista; sí es una altruista que se pasea por bares y ciudades que, aunque despojada de idealismos baratos, intenta atraer episodios ajenos y propios para proponer un éxodo, una odisea. Completamente desterritorializada se lanza de lleno como observadora.
Visita la prisión donde estuvo Genet en la Guayana Francesa, lamenta la muerte de un joven Roberto Bolaño, ve a Kristen Stewart parecida a la virgen María en el Evangelio según San Mateo de Pasolini, cuenta su noche con Bobby Fischer, su amistad con William Burroughs, su fanatismo de la serie The Killing, siempre todo plagado de simbolismos, igual que la majestuosa poesía de Ibsen, a la que hace alusión en más de una oportunidad. No es la autora muda testigo del tiempo en el flujo y reflujo de cambios: es protagonista y le da voz. M Train es también un viaje entre sus libros, las muletas de Frida Kahlo, el bastón de Virginia Woolf, la silla de su padre –sendas fotos propias y de su querido Fred lo ilustran. Hay párrafos que son lírica pura; volviendo de Berlín a Nueva York hace parada en Londres y se queda una semana encerrada en un hotel mirando series: “Nadie sabía dónde estaba. Nadie me esperaba. No me importaba si avanzaba despacio a través de la niebla en un taxi inglés, negro como mi abrigo, flanqueada por el trémulo contorno de unos árboles que parecían bosquejados con prisa por la mano póstuma de Arthur Rackham”.
Platón distinguía la memoria como la capacidad de recordar y
Melancólica, Patti Smith está por igual asqueada y fascinada con el mundo. Es una altruista que propone un éxodo, una odisea