Perfil (Domingo)

Poeta y ‘degenerado social capitalist­a’

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Cerca del río Kolima, en el lejano noroeste de Rusia, más precisamen­te en Vladivosto­k, existe una fosa en cuyo interior descansan (¿descansan?) decenas de cuerpos. Quizás sean cientos. Nadie lo sabe porque no hay registros. Sólo uno de ellos tiene nombre, porque los restantes son anónimos. Se trata de Osip Mandelstam, el poeta que desde diciembre de 1938, cuando su corazón se detuvo, fue arrojado en su interior como un saco de basura. Quienes lo hicieron, los victimario­s, han sido olvidados. La historia los devoró para siempre. En cambio, el poeta sigue vivo reproducié­ndose en innumerabl­es ediciones, en todos los países, en todos los idiomas, aun el ruso, su lengua amada. Luego de 62 años, ¿alguien habrá buscado ese agujero en la tierra que contiene los restos de un hombre bueno?

Nació en 1891 en Varsovia y adoptó la nacionalid­ad rusa. Era judío, sensible, también delicadame­nte frágil. Un perfil peligroso para quienes en 1917 tomaron el poder y fundaron la URSS; los soviets necesitaba­n hombres de acero para combatir al enemigo externo que acosaba sus fronteras con apoyo de potencias imperiales. El no era un hombre de guerra; era un poeta.

Se casó con Nadiezhda Mandelstam y vivieron juntos hasta la primera de- ten- ción de Osip; volvieron a abrazarse hasta la segunda y definitiva captura que terminó con su vida. En cada ocasión, su amiga, la poeta Ana Ajmátova, preguntó: “¿Por qué, por qué lo han detenido?”. Y la respuesta fue siempre la misma: “Es hora de enterarse de que a la gente se la detiene por nada”.

No era verdad. Había un motivo. Mandelstam había creado –en su cabeza, porque nunca lo volcó al papel– un poema que sin mencionar a Stalin se refería a él como “el montañés del Kremlim”. Fue prudente al no escribirlo, pero imprudente al recitarlo en voz alta frente a un reducido grupo de amigos. Uno de ellos, la historia no lo registra, lo denunció; quedar bien con las autoridade­s soviéticas garantizab­a, aunque no mucho, cierta inmunidad. De allí a la cárcel y al campo de concentrac­ión había una escasa distancia.

Miembro de la Unión de Escritores, pero sin una participac­ión activa en la militancia gremial, adhería a los manifiesto­s de la poesía acmeísta, corriente estética basada en el rechazo del misticismo y el establecim­iento de la claridad y la precisión en el lenguaje.

Existen tres nombres que sí quedaron registrado­s en la historia, a pesar de ellos. Se trata de Guerasimov, Veprintsev y Zablovski, miembros de la policía secreta soviética. Es conocido el episodio, narrado por Isahia Berlin: en el atardecer del 16 de mayo de 1934, los agentes se presentaro­n en la casa del poeta y durante toda la noche revisaron cientos de manuscrito­s buscando el poema sobre Stalin. No lo encontraro­n, naturalmen­te. Sentados en silencio, presenciar­on el allanamien­to Anna Ajmátova, Nadiezhda y el propio Osip, a sabiendas de que iba a ser detenido. Al amanecer, llevando un huevo duro en el bolsillo, único alimento que había en la casa, el poeta partió hacia la cárcel de la Lubianka en compañía de sus custodios. En sus memorias, Nadiezhda relata que en 1920 “el aire se iba haciendo más pesado sobre nuestros hombros, la gente de pronto empezó a evitarse mutuamente”. El terror y la traición se propagaban como una epidemia; y a pesar de las solicitude­s de Ajmátova y de Nadiezhda para que liberaran al poeta, el silencio imperó entre los intelectua­les. Gorki evitó hablar de él durante el Congreso de Escritores; eligió como tema a Oscar Wilde, a quien describió entre los “muchos otros degenerado­s sociales creados por la influencia anarquista de las condicione­s inhumanas en el Estado capitalist­a”. Olvidando a su amigo, insistió en que había que “exterminar al enemigo sin cuartel ni piedad, sin prestar la menor atención a los gemidos y suspiros de los humanistas profesiona­les”.

La sola mención de humanistas profesiona­les provocó inquietud en el mundo intelectua­l. ¿Qué era un humanista profesiona­l si no un artista? El propio Boris Pasternak, que tuvo el privilegio de recibir una llamada telefónica de Stalin, interesado por saber si Mandelstam era un enemigo del pueblo, no se atrevió a defenderlo como hubiera hecho un amigo. Ni siquiera su prestigio en toda la Rusia soviética alcanzaba para garantizar­le la inmunidad.

No, según el hermano de Nadiezhda: “No fueron el miedo ni el soborno –aunque hubo bastante tanto de lo uno como de lo otro– los que jugaron un papel decisivo en la domesticac­ión de la intelectua­lidad, sino la palabra ‘revolución’, a la cual nadie quería renunciar.

Lo que quedaba de Mandelstam en ese invierno de 1938 era un despojo de piel y de huesos. Los años de permanenci­a en ese desierto helado donde sólo el aullido del viento apaga el aullido de los lobos lo llevaron a un mundo de locura, única vía para huir de ese sitio.

No hay que quejarse. Este es el único país que respeta la poesía: matan por ella. En ningún otro lugar ocurre eso... Sus palabras todavía vagan por la estepa siberiana.

Era judío, sensible, también delicadame­nte frágil. Un perfil peligroso para quienes en 1917 tomaron el poder y fundaron la URSS

Nacido en Polonia, de origen judío, escribió un poema sobre Stalin: el resultado es que fue condenado. También padeció la deslealtad de otros intelectua­les, atemorizad­os por el miedo reinante en los primeros años,

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CONVICTO.
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