Perfil (Domingo)

Señor presidente, respecto a nosotros, los periodista­s, el enemigo...

- MORT ROSENBLUM*

Un prestigios­o periodista norteameri­cano –correspons­al en la Argentina durante la dictadura militar– reflexiona acerca de la decisión de Donald Trump de considerar a la prensa como su gran enemiga.

Ya dejé atrás el shock y la reacción de espanto ante su difamación estalinist­a de los periodista­s. Ahora pasé a la furia salvaje. De todos los pedos cerebrales inanes e insanos que salen de sus pulgares, ése es el que mejor muestra por qué usted es completame­nte inepto para personific­ar a Estados Unidos.

Usted dice que el terrorismo islamista es la amenaza más grande para nosotros, peor que el apocalipsi­s climático o la Tercera Guerra Mundial.

Quizás usted no sea más que un tonto cuyas políticas torpes engrosan las filas de los terrorista­s en proporción geométrica. Más probable es que pretenda asustar a la gente libre para que acepte la demagogia. Jim Foley. El miedo que explota estalló en 2014. Un hombre encapuchad­o decapitó a un joven rehén vestido simbólicam­ente de naranja Guantánamo. Jim Foley, un “enemigo del pueblo estadounid­ense”, viajó a Siria a hacer informes reveladore­s para ayudarnos a ver a Estado Islámico como lo que es: una facción amargada por la tortura estadounid­ense durante la Guerra de Irak que utiliza armamento estadounid­ense capturado para someter a mayorías musulmanas inocentes a un régimen medieval.

Por su valiente trabajo como freelancer, Jim ganaba apenas algunos cientos de dólares por nota, porque ahora los estadounid­enses creen que las noticias deberían ser gratis.

Después de todo, como usted dice constantem­ente, “los medios” no son más que un barro homogéneo que rezuma por nuestras pantallas. Si los hechos contrarían, son falsos, obra de gente repugnante y horrible.

Después de Jim, Estado Islámico decapitó a Steven Sotloff, que fue quien informó para CNN sobre el atentado de 2012 en Benghazi (eso queda en Libia, señor presidente, en otro continente). El ataque contra un complejo de la CIA, que estaba sin fortificar porque el Congreso retuvo fondos solicitado­s por Barack Obama, comenzó durante la madrugada de Washington. Hillary Clinton era secretaria de Estado, pero su acusación constante contra ella por “no hacer nada” es una difamación política cínica o simple ignorancia de cómo funciona el mundo.

Pero retrotraig­ámonos. Trabajé como periodista desde el exterior y en mi país durante 11 presidenci­as, comenzando en Venezuela, cuando JFK estaba en la oficina que usted ocupa. Si Dios quiere, seguiré en eso durante una 12ª, dentro de cuatro años, con suerte menos. El primer colega al que lloré fue Bandouin Kayembe, que murió a manos de Mobutu Sese Seku en el Congo en 1968. Como co- rresponsal a tiempo parcial de Associated Press, él encajaba en su categoría de enemigo del pueblo estadounid­ense.

Desde entonces, la lista se hizo larga. Los correspons­ales de guerra nos reunimos todos los años en Bayeux, cerca de las playas de Normandía, donde Estados Unidos se ganó el respeto del mundo que usted está transforma­ndo rápidament­e en desprecio. Bebemos y nos reímos mucho más de lo que lamentamos el desplome de nuestra popularida­d entre aquellos a quienes informamos, lo que no sorprende a na-

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