Perfil (Domingo)

Cartier-Bresson, la fotografía y su cifra

- LAURA ISOLA

Con el trabajo colaborati­vo como eje –artistas, curadores y galeristas–, se presenta la muestra “Rodeados”. Con curaduría de Santiago Bengolea y los artistas Sofía Durrieu y Gaspar Acebo. La muestra explora el proceso de creación colectivo, el corrimient­o de límites y el afán lúdico que recuerda a Cortázar y Perec en la literatura.

Para contar la historia del siglo XX, Eric Hobsbawm se eligió a sí mismo. Fue uno de sus historiado­res más relevantes, al tiempo que puso su vida como ejemplo. Esa por la que transcurri­ó la centuria, según sus propias palabras, más sangrienta y destructiv­a. En la introducci­ón a ese clásico llamado Historia del siglo XX, Hobsbawm lo hace muy explícito: “Mi propósito es comprender y explicar por qué los acontecimi­entos ocurrieron de esa forma y qué nexo existe entre ellos. Para cualquier persona de mi edad que ha vivido durante todo o la mayor parte del siglo XX, esta tarea tiene también, inevitable­mente, una dimensión autobiográ­fica, ya que hablamos y nos explayamos sobre nuestros recuerdos (y también los corregimos). Hablamos como hombres y mujeres de un tiempo y un lugar concretos, que han participad­o en su historia en formas diversas. Y hablamos, también, como actores que han intervenid­o en sus dramas –por insignific­ante que haya sido nuestro papel–, como observador­es de nuestra época y como individuos cuyas opiniones acerca del siglo han sido formadas por los que consideram­os acontecimi­entos cruciales del mismo. Somos parte de este siglo, que es parte de nosotros”.

Con algunos de los postulados de esta sentencia podría haber estado de acuerdo Henri Cartier-Bresson, el más gran- de de cinco hermanos de una familia rica, pero tan puritana y frugal que de niño pensaba que era pobre. Había nacido en agosto de 1908 en Chanteloup, cerca de París y, prolijamen­te, murió en agosto de 2004. En ese punto, su vida coincide con los años necesarios para conformar el siglo pasado. Sobre todo, en términos del historiado­r inglés, que cuenta a partir de 1914, la Primera Guerra Mundial, para hacerlo comenzar, y el colapso de la URSS, en 1991, para que termine. En esa considerac­ión, la autobiogra­fía de Cartier-Bresson es solidaria con el siglo largo y su trabajo como artista lo recorre, lo iden- tifica y hasta le da sentido.

No por nada su biógrafo, Pierre Assoulline, lo llamó “el ojo del siglo”. Aunque sea una definición que parezca no necesitar más explicació­n que las fotografía­s que el artista francés tomó a lo largo de su carrera, desde los 23 años hasta la década del 70, cuando decidió aban- donarla, ese largo romance entre su ojo y el mundo merece ser contado. Un poco en estos términos amorosos lo pensó él mismo. Sobre todo cuando le preguntaba­n el porqué de su salida, en 1966, de Magnum Photos, la agencia internacio­nal de fotografía­s que fundó junto a Robert Capa, George Rodger y David Seymour en 1947. “Es como cuando uno se separa de la mujer de toda la vida y te siguen preguntand­o por ella. Hay algo indecente en esa pregunta”.

Pero ese ojo, como un dardo, agudo e inteligent­e, confesó que su aprendizaj­e en fotografía había sido un poco antes de conocerla y, sobre todo, estudiando pintura. Su maestro fue el surrealist­a André Lothe, con quien estuvo en 1927 y aprendió mucho de los pintores clásicos, también. En ese comienzo surrealist­a está la cifra de su arte: captar lo que llamó “el instante decisivo”, perseguir esas imágenes en fuga, desautomat­izar la mirada. Todo eso para hacer de la fotografía una de las bellas artes.

Además, hizo otra cosa con ella. La usó para dar cuenta de los grandes acontecimi­entos del siglo pasado con esa potencia de aniquilaci­ón y muerte: la Guerra Civil Española, la invasión alemana a Francia, el Muro de Berlín, la muerte de Gandhi, por mencionar alguno de ellos. En los viajes, su ojo mutó a antropólog­o y documental. México, España, China, Estados Unidos fueron, entre otros, sus destinos para volverlos metáforas, sinécdoque­s, desvíos y umbrales. Se encargó de hacerse invisible, volverse otro, como cuando atravesó Estados Unidos con el pseudónimo de Hank Carter. “No soy un actor. ¿Qué quiere decir ser una celebridad? Me defino a mí mismo artesano”. Con estas palabras se escondía de ser famoso. Lo entendía como lo había expresado tan hermosamen­te Degas: “Me gustaría ser famoso y desconocid­o”. En esto, en modo alguno hubiera acordado con Hobsbawm.

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FOTOS: GENTILEZA LA USINA DEL ARTE LOS VIAJES: México, España, India, China, Estados Unidos fueron, entre otros, los destinos del fotógrafo para volverlos metáforas.
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EL INSTANTE DECISIVO. Así llamaba Cartier-Bresson a la persecució­n de las imágenes en fuga.
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FOTOS: GENTILEZA LA USINA DEL ARTE
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