El escritor cubano más secreto
Tener un nombre extraño, ser cubanoamericano y homosexual, practicar el espiritismo y admirar a Salinger, Henry Miller o D.H. Lawrence, amar tanto a Cuba como para acabar con su propia vida en Roma y en el exilio, no impidió que Calvert Casey fuera uno de los escritores más comprometidos con la Revolución.
De las muchas tensiones que marcan su vida, el lenguaje es quizá la que mejor pudo explotar a la hora de escribir. Había nacido en Baltimore, había viajado ya a Europa, trabajaba como traductor para las Naciones Unidas y había publicado su primer cuento, “The Walk”, cuando decidió volver a Cuba en el 59. “¿Y si regresara? ” se pregunta el narrador de su libro y, acto seguido, se pone a imaginar un reencuentro con la isla que supere el exotismo y el vacío del exilio. Pero Casey no vuelve a Cuba como hijo pródigo que pide perdón sino para ponerle el cuerpo a la Revolución, para marchar al ritmo habanero de esa gente que “sabe estar” descubriendo el sosiego en la vida usualmente banal o cotidiana.
Y él supo estar, junto a Guillermo Cabrera Infante en Lunes de Revolución (el suplemento literario semanal del periódico Revolución) escribiendo notas sobre la figura del héroe nacional, sobre el mito de la muerte, sobre sexualidad y pornografía. Y siguió estando con Virgilio Piñera en Casa de las Américas apoyando la literatura de los beatniks y el destape orgiástico de Allen Ginsberg. Dicen sus amigos que era tímido y que tartamudeaba en las reuniones públicas, pero que no le temblaba la voz a la hora de contar historias.
En El regreso se anima a volver al español y a Cuba, a escribir sobre las contradicciones de una rea- lidad que lo interpela y que lo conmina a actuar. En el prólogo a esta edición publicada por Final Abierto, el novelista y poeta cubano Antón Arrufat cree que sus cuentos intentan “conjurar la mirada del destierro” a través de la “memoria y de la imaginación”. Y es verdad, porque su libro es la odisea de un héroe que vuelve para encontrarse consigo mismo. No pocas veces el resultado es la muerte, pero una muerte liberadora, orgánica y sexual. Una muerte travestida que aparece en forma de espíritus que hablan a través de los vivos, que ronda por entre desperdicios y cementerios y que muestra una curiosidad morbosa por recordar crímenes o por escarbar en el placer absurdo de una víctima que se deja sacrificar con gozo. Para nosotros, los lectores argentinos, Final Abierto agrega dos bonus tracks, los dibujos de Antonia Eiriz que acompañaron la edición de 1963 y la inclusión de dos capítulos faltantes de “La ejecución”, que cambian el sentido de la muerte y del relato.
En 1964, Calvert Casey vuelve
Dicen sus amigos que era tímido y que tartamudeaba en las reuniones públicas, pero que no le temblaba la voz a la hora de contar historias
a irse, está vez a Europa. Visita a Cabrera Infante en Londres y le hace una “limpia” porque su casa está “cargada”, viaja a la India en donde le parece extraño el hedorperfume de Delhi y se asombra de la indiferencia con la que vio a su primer muerto, se enamora de un joven italiano y nos deja las maravillosas páginas de Piazza Mor
gana. Con esta novela inconclusa vuelve al inglés y a la liberación erótica de su pulsión de muerte. Pero también vuelve para ser parte de la vanguardia del 68 en la que encuentra un lugar de pertenencia para expresar la imaginación, combatir las instituciones que censuran la estética o las costumbres y dejarnos una muestra de cómo quedarse para siempre en la escritura.